EL DIVORCIO DE NAPOLEÓN Y JOSEFINA
El 15 de diciembre de 1809, Napoleón le comunicó al Consejo
de Familia Francés su divorcio de Josefina. No era que en ese momento no amara
a su esposa, pero para él, era más importante la necesidad de un heredero que
no llegaba (Josefina ya tenía dos hijos), a todo lo demás.
El matrimonio, mientras duró, tuvo muchos altibajos. Nada más
casarse, en su luna de miel, Napoleón impuso que durase solamente dos días y
dos noches, como excusa alegó que tenía mucho trabajo, y después de esos dos
días se fue a “guerrear” por Europa.
Josefina, mientras Napoleón estaba con sus asuntos, se buscó
sus entretenimientos con otros hombres, derrochó todo el dinero que pudo, montó
fiestas, compró vestidos y complementos, joyas, etc. Así pasaron 14 años,
discutiendo por las infidelidades y los derroches de ella y las cada vez más
largas ausencias de Napoleón.
A pesar de todo se querían muchísimo. Parte de culpa de ese
divorcio lo tuvo la familia Bonaparte, nunca quisieron a Josefina. Desde el
primer momento no dejaron de incordiarla y de meterse en su matrimonio. De esta
manera le hicieron ver a Napoleón que el divorcio era la solución al heredero
que no llegaba y que necesitaban para la continuidad del imperio francés.
Cuentan que el día de la coronación de Josefina como
emperatriz por Napoleón, en la Catedral de Notre Dame el 2 de diciembre de 1804,
dos hermanas de Napoleón que ayudaban a Josefina que los veinticinco metros del
manto que arrastraba lo soltaron en mitad de las escaleras hacia el altar para
desequilibrarla y hacerla caer en medio de la catedral, delante de lo más
florido de la sociedad francesa del momento. Josefina aguantó el tipo, pero
desde ese momento supo que no sería fácil.
En 1811, Napoleón contrajo un nuevo matrimonio con la
Archiduquesa María Luisa de Austria, con la que tuvo un hijo ese mismo año:
Napoleón II de Francia.
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