18 de julio de 2022

JEAN FRANÇOIS BOURGOING Y LAS MUJERES ESPAÑOLAS

 

Jean François Bourgoing (1748-1811), diplomático, escritor y embajador, llegó por primera vez a España en septiembre de 1777, en calidad de secretario de la embajada francesa en España. Escribió sus impresiones de España en un libro titulado “Nuevo viaje a España”.

Sobre las mujeres españolas dijo:

"En cada país, las mujeres tienen encantos particulares que las caracterizan. En Inglaterra nos sentimos atraídos por la elegancia de su talle y la modestia de su porte; en Alemania, por sus labios de rosa y la dulzura de su sonrisa; en Francia, por esa amable alegría que anima todos sus rasgos. En el encanto con que una bella española nos somete hay algo de falaz, algo que se escapa al análisis. Su coquetería es más franca, menos premeditada que la de las demás mujeres. No tiene tanto interés en gustar a todos. Pesa más bien que cuenta las admiraciones que provoca y con una sola le basta una vez que ha hecho su elección. Si no desdeña los éxitos, renuncia al menos a las zalamerías fingidas. Poco debe a los recursos del tocador. El cutis de una española no se adorna jamás con prestada blancura. No suple con artificios el colorido que la naturaleza le ha negado al someterla a la influencia de un clima tórrido. Pero ¡cuántos atractivos compensan su falta de blancura! 

El amor se ha mostrado avaro, con ella al repartir esos tesoros de alabastro que son sus más encantadores joyeles; pero ¡cuántos otros le ha prodigado! ¿Dónde encontrar cinturas más esbeltas que la suya, mayor flexibilidad en los movimientos, mayor finura en los rasgos, más ligereza en los andares? Grave y hasta un poco triste a primera vista, si os dirige sus ojazos expresivos, si acompaña esta mirada con una sonrisa, el hombre más insensible cae a sus pies. Mas si un frío recibimiento no os quita el valor de comunicarle vuestros propósitos, se muestra tan decidida y mortificante en su desdén como seductora si os da alguna esperanza. En este último caso, no son de presumir largos rigores, pero con ella el amor debe sobrevivir al logro de la felicidad y no se puede aplicar al amor español.

Claro está que el perseverar en el amor de una española es ya un placer, pero es también un deber riguroso y esclaviza. El amor, incluso cuando es correspondido, exige que se le pertenezca por completo. El hombre que se alista en sus filas tiene que hacerle el sacrificio de todos sus afectos, de todos sus gustos, de todo su tiempo y queda condenado no a languidecer sin esperanza, sino a permanecer ocioso. Los afortunados mortales a quienes las mujeres españolas se dignan enamorar y que se llaman cortejos son menos desinteresados, pero no menos asiduos que los chichisbeos de Italia. Tienen que demostrar su abnegación a todas horas, acompañar a su amada al paseo, a los espectáculos y hasta al confesionario. 

Más de una tormenta turba, sin embargo, la serenidad de esta unión. El más ligero incidente provoca alarmas. Una distracción pasajera se castiga como si se tratase de una infidelidad. Diríase que en España el demonio de los celos ha dejado en paz a los matrimonios y se ha refugiado en el seno del amor, ensañándose con el sexo nacido más para inspirarlos que para sentirlos".

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