ALEJANDRO I-FIÓDOR KUSMICH
Doce años después de la muerte de Alejandro I, zar de Rusia,
en el otoño de 1836, un sorprendente personaje de unos sesenta años fue
apresado en la provincia de Perm. Este señor de ademanes nobles se presentó
como un vagabundo de nombre Fiódor Kusmich, de vuelta de un largo viaje por
Tierra Santa.
Los policías quedan sorprendidos por su soltura y sus aires
de gran señor. Conforme con las leyes en contra de la vagancia, el prisionero
es deportado a Siberia. Durante largos años trabajó en una destilería y después
en una mina de oro.
Kusmich no era un hombre ordinario, brotaba de él una
nobleza moral solo igualada por su piedad, y poco a poco, llegó a ser
considerado como un starets, un hombre santo. Instalado en una pequeña casa de
Krasnoretchensk, Fiódor Kusmich no pidió nada.
Numerosos visitantes, como el obispo de Irkutsk, se
entrevistaron con él. El hombre les sorprendió: hablaba varios idiomas
extranjeros, conocía perfectamente todos los acontecimientos políticos y a los
grandes dirigentes, se apasionaba cuando contaba, con una precisión increíble,
la guerra de 1812 y los detalles de la entrada del zar Alejandro en Paris.
Todos los testimonios concuerdan: solo se podía tratar de una persona que había
vivido esos acontecimientos desde una alta posición en el Estado.
Un antiguo soldado de vuelta de campaña, cruzándose un día
con el hombre santo, al que conocía, se arrodilló frente a él, reconoció a su
amo, el zar Alejandro. Fiódor Kusmich se enfadó y calló al soldado diciéndole:
“yo solo soy un vagabundo”, repitiéndolo varias veces.
Desde entonces se busca la verdadera identidad del starets.
Algunos documentos prueban que el vagabundo recibió en secreto la visita de
varios miembros de la familia imperial. Puede que Fiódor Kusmich y Alejandro I
sean el mismo hombre.
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