30 de junio de 2016

CARACOL


El caracol es tan antiguo como el mundo. Plinio el Viejo cuenta en su Historia Natural, que cerca de Tarquinies, Fulvio Hispino, creó unas majadas para criar caracoles. Se clasificaban por variedades, mezclando los blancos de Reate con los de Hiria, que son los más voluminosos. Los de África eran los más fecundos, y los de Sicilia eran los mejores.

El procedimiento que utilizaba para engordarlos era con vino cocido, harina y otros alimentos, una vez cebados eran más sabrosos. Este arte llego a ser tan perfecto que Varrón decía que había caparazones de caracol que podían contener 10 libras de vino.

En el mismo libro, Plinio sigue diciendo que la baba de caracol es excelente como remedio para que crecieran las pestañas. Para aliviar y prevenir el dolor de cabeza decía que se debía tomar la cabeza de un caracol que esté comiendo por la mañana, cortada con una caña, mejor si era en luna llena, se ataba a un trapo de lino haciéndole un lazo, y llevarlo como amuleto. Lo mejor para tener un cutis hermoso, decía Plinio, son las cenizas de caracol mezcladas con miel.

Ateneo aseguraba en su obra el “Banquete de los sofistas”, que a los griegos les encantaban los caracoles, pero que no los apreciaban tanto como los romanos y que no los criaban como éstos. El cocinero Brillat-Savarin decía: “Aunque el caracol es indigesto, muchos lo comen por su buen sabor, se guisa de muchas maneras, pero seguramente que a la española debe ser la mejor”.

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