5 de mayo de 2016

CULTOS PRIVADOS EN LA ANTIGUA ROMA


En la Antigua Roma existían por un lado los grandes dioses nacionales a los que el Estado rendía culto público, y por otro las divinidades privadas o domésticas que eran adoradas por cada familia.

Los romanos adoraban en sus hogares a los dioses tutelares de la casa y de la familia. En el Templo doméstico se representaba a la diosa Vesta, acompañada por dos jóvenes que simbolizaban a los hogares.

En el atrio de la casa, la dependencia más importante según la época, había una capilla o una hornacina colocada en la pared con un altar, donde eran venerados junto a la diosa Vesta, los espíritus protectores del hogar y del fuego. Estaban representados por medio de unas estatuillas o pinturas murales, a los que se les daba culto especial en los días festivos, y a quienes en todas las comidas diarias se hacían ofrendas. La capillita se llamaba “Lararium”.

Al finalizar cada comida había que dejar algo en la mesa para ellos y para los demás dioses protectores divinos de la familia. Cualquier celebración familiar comenzaba por la ofrenda de perfumes y guirnaldas de flores a estos dioses. En los límites de los campos cultivados también había pequeñas capillas dedicadas a los hogares, que velaban por la prosperidad de la vivienda, y como los demás dioses, exigían culto y ofrendas.

las familias romanas también rendían culto en sus casas a los “penates”, dioses protectores de la despensa y de la casa en general. Los manes eran los espíritus de los antepasados muertos, a los que invocaban para captar su benevolencia, ya que creían que si no había alguien que se acordase de ellos e hiciese ofrendas en sus tumbas y las cuidase, sus almas andarían errantes y sin paz hasta llegar a convertirse en espíritus de influencia perjudicial. Para evitarlo, una vez al año, en las fiestas funerarias, ofrecían en sus tumbas alimentos y bebidas, flores y regalos, además de la oración diaria de la familia.

En el culto doméstico el padre era el sacerdote. Dirigía las ofrendas y pronunciaba la oración que debía ir acompañada de los gestos señalados para que fuese válida y produjese los efectos deseados. Las oraciones tenían que ser pronunciadas con voz clara, de lo contrario se interrumpía la ceremonia y se empezaba de nuevo.

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