CONVICTOS EN NORFOLK (AUSTRALIA)
En Gran Bretaña, en el siglo XVIII, existía una gran tasa de criminalidad. Cuando estalló la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, se hizo imposible el traslado de presos a Nueva Inglaterra, la solución fue trasladarlos a Australia. La primera flota, como se le llamó, zarpó hacia Australia el 13 de mayo de 1787. En los 11 navíos que zarparon viajaban 736 convictos. Los delitos no eran nada importantes: robar hilo de seda, robar un trozo de queso, etc.
Ocho meses tardaron en llegar a lo que hoy es Sidney. Tiempo después se asentaron en colonias en Norfolk, una pequeña isla a 1.412 kilómetros al este de Australia.
Al llegar, se les tomaba nota de algunos datos personales para identificarlos, se les preguntaba sobre sus oficios previos y su nivel de estudios, de esa manera decidían su destino. A todos se les asignaba un oficio, los que sabían leer y escribir eran excusados del trabajo manual y se dedicaban a tareas administrativas. Los condenados que n tenían un oficio, eran asignados a la labranza de la tierra, para ayudar a la alimentación de las colonias en un intento por hacerles autosuficientes.
A algunos condenados se les hacia trabajar en una cadena de presos, se les encadenaba con argollas en los tobillos que pesaban casi 5 kilos. Eran vigilados por un guardia militar y varios ayudantes. Por la noche eran encerrados en cobertizos para asegurarse de que ninguno se iba a escapar. Estos presos se dedicaban a construir carreteras y puentes, su jornada laboral podía durar entre 14 y 48 horas.
Recibían duros castigos, uno muy habitual era ser azotado con un látigo de nueve puntas, el motivo podía ser una tontería sin importancia. Otro clásico castigo era el aislamiento durante dos semanas, se encerraba al preso en una celda de 2,4x 2,4 metros, la llamaban “el convento”. En verano era insoportable estar dentro.
Las reclusas femeninas eran enviadas a una prisión llamada “fabrica femenina”, donde lavaban ropa y cosían, esperando que se les asignase un destino. Muchas de ellas llevaban con ellas a sus hijos, o estaban a punto de dar a luz. Los menores permanecían con ellas hasta que eran destetados y entonces se les mandaba a un orfanato, una vez sus madres cumplían su condena, podían recuperarlos.
En 1850, el destierro penal fue abolido. Cientos de miles de europeos ya se habían asentado en aquella tierra, muchos de ellos, se habían cambiado el nombre para dejar atrás su pasado.
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