4 de diciembre de 2014

LEYENDA DE LAS GENERACIONES HUMANAS


Los primero hombres que los dioses crearon formaron la llamada “Edad de Oro”. Mientras Cronos (Saturno) reinó en el cielo, vivieron libres de trabajos y desgracias. Desconocían las enfermedades, siempre estaban sanos y fuertes. Los dioses los amaban. Mientras vivían disponían de todo lo que deseaban, cuando tenían que morir los sumían en un dulce sueño y se convertían en divinidades protectoras que, envueltas en una espesa niebla, vagaban por el mundo.

Entonces crearon los dioses inmortales una segunda generación humana, la de plata, distinta de la de oro, tanto en la disposición del cuerpo como en la mente. Cien años tardaba el niño en crecer, con su espíritu inmaduro, en la casa paterna bajo los cuidados maternales, y cuando, finalmente, había alcanzado la madurez del adolescente, ya no le quedaba vida. Esos nuevos humanos eran insensibles, petulantes, no querían honrar a los dioses… Entonces Zeus expulsó de la Tierra a esta raza, dolido por la falta de veneración por los dioses. Su destino era vagar por la Tierra convertidos en genios inferiores.

Después el padre Zeus creó una tercera generación de hombres, esta vez, de bronce. Eran totalmente distintos a los de plata, estos eran crueles, violentos, entregados a las guerras, pensando en ofenderse unos a otros, despreciaban los frutos del campo y sólo comían carne de los animales que mataban. Eran fuertes y robustos, sus miembros eran monstruosos. Sus armas eran de bronce, de bronce su vivienda y con bronce trabajaban sus campos, pues no conocían aún el hierro. A pesar de su corpulencia, nada podían hacer con la muerte, al cerrarse el día, iban cayendo muertos en la noche tenebrosa.

Zeus engendró una cuarta generación. Era la generación de los divinos héroes, los que algunos llamaron semidioses. Estos eran justos y nobles en principio. Finalmente también ésta murió bajo la discordia y la guerra, algunos cayeron ante las siete puertas de Tebas, luchando por el reino del rey Edipo, los otros en los campos de Troya. Al terminar su vida terrenal, víctimas de la lucha y la miseria, el padre Zeus les asignó un lugar al borde del Universo, en el Océano, en las islas de los bienaventurados. Allí, después de la muerte, eran felices.

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