20 de diciembre de 2014

EL CADÁVER DE MAXIMILIANO I DE MÉXICO


Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena (1832-1867) fue el segundo emperador de México, y único rey del llamado Segundo Imperio Mexicano. Era hermano del emperador de Austria, Francisco José y cuñado de Sissi. La corona de México se la ofreció Napoleón III, convenciéndolo de que los mexicanos lo adorarían. Fue rey durante tres años.

Su final le sobrevino al ser sitiado con el resto de su ejército en la ciudad de Querétaro. Fue capturado y encarcelaron. Lo ejecutaron en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867. Segundos después de las descargas del pelotón de fusilamiento, le entregó una moneda de oro a los soldados del pelotón y dijo: “Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”.

El cadáver presentaba cinco impactos de bala en el pecho y abdomen, y un tiro de gracia en el corazón. Al trasladar su cuerpo sobrevino el primer problema. Maximiliano era muy alto y no cabía en el ataúd. La solución fue dejarle los pies por fuera. El segundo problema llegó cuando lo tenían que embalsamar. La tarea la llevó a cabo el doctor Vicente Licea, lo hizo tan mal, que, por ejemplo, un ojo del rey quedó perjudicado y no se le ocurrió otra cosa que sustituirlo por uno de cristal perteneciente a una imagen de Santa Ursula, además Maximiliano tenía los ojos azules y el que le puso era negro. Además el médico quiso hacer negocio con el cadáver y con todos los objetos que hubieran estado en contacto con él. Durante los siete días que duro el embalsamamiento, los criados de las grandes damas entregaban al doctor sabanas y pañuelos para humedecerlos con la sangre del rey. Benito Juárez, presidente de México, se entero y denunció al médico.

Maximiliano I aguantó sin enterrar tres meses. Mientras tanto Austria pedía que se devolviera el cadáver. Tomaron la decisión de trasladarlo a la iglesia de San Andrés, en México capital. La mala suerte hizo que el carro que trasladaba los restos volcó dos veces, acabando en las aguas de un arroyo, en la caída perdió un trozo de nariz. Los productos del embalsamamiento se mezclaron con el agua y hubo que colgar el cadáver para secarlo.

Cinco meses después de su ejecución pudo regresar a Austria, con un ojo negro, uno azul, y una nariz de cera. Está enterrado en el sepulcro imperial de los capuchinos, en Viena.

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