P. J. KEPPLINGER Y SU ARTILUGIO
En 1888, P. J. Kepplinger inventó un dispensador mecánico de
cartas, este artilugio entregaba o retiraba las cartas del jugador. Basándose
en los diseños de algunos aparatos parecidos, Kepplinger fabricó un modelo más
silencioso y más sencillo de utilizar.
La base del aparato era una varilla de metal que se retraía
entre dos planchas de metal ligero que estaban situadas en la doble manga de su
camisa. Cuando las planchas se abrían, la varilla se extendía hasta su mano, de
esa manera, él podía recoger o dejar una carta, previamente le había hecho un
ligero doblez para que fuera más fácil retirarla. Cuando las planchas se
cerraban, la varilla se recogía y ocultaba la carta.
Rizando el rizo, modificó su modo de activación que era el
siguiente; las planchas de su manga se abrían y cerraban a voluntad por medio
de un sistema de poleas que terminaba en sus piernas, bastaba que él separara o
juntara las rodillas para que el dispositivo se extendiese o recogiese. El
aparato tenía además un mecanismo que permitía activarlo o desactivarlo al
sentarse.
Creyéndose invencible, empezó a entrar en las fuertes
partidas de póquer de San Francisco, en estas partidas los jugadores eran
profesionales, así que era difícil engañarlos. De principio no descubrieron su
timo, pero al ver que ganaba siempre, empezaron a sospechar. En una de las
partidas, sus tres compañeros de juego abandonaron la mesa y se abalanzaron
sobre Kepplinger y lo registraron.
Al descubrir el artefacto, le ofrecieron dos opciones:
asumir el castigo que se merecía un timador o construir tres aparatos más, uno
para cada uno de ellos. Como es lógico eligió la segunda opción.
Con tantos artilugios en marcha, al poco tiempo se descubrió
el secreto. Durante una redada de timbas en Chicago, uno de ellos le pidió al
policía cambiarse de camisa antes de ser interrogado. Esa petición hizo
sospechar al policía, que descubrió el truco y se lo contó a los periodistas.
Al día siguiente la descripción del aparato estaba en todos
los periódicos. En poco tiempo cualquiera podía comprar un aparato fabricado a
medida por 100 dólares. Sólo se necesitaba la talla de la camisa y la longitud
del brazo.
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