VIVIENDAS EN EL SIGLO DE ORO
Las viviendas en la Siglo de Oro estaban ubicadas en parcelas que solían ser pequeñas (4,5 metros de ancho por 15 metros de profundidad). Normalmente estaban compuestas por casas de tres plantas (planta baja y dos pisos), de poca altura. Estas casas, casi siempre, eran unifamiliares, vivían tres o más familias en ellas.
La casa común constaba de un zaguán, un largo salón con suelo adoquinado o tierra batida que no recibía la luz más que a través de la puerta, y las habitaciones, completamente oscuras. En las casas burguesas, de uno de los ángulos del vestíbulo partía una escalera que conducía a la planta superior donde estaba la recepción, sobre todo en los meses fríos, y múltiples salones, casi siempre cubiertos de alfombras.
La cocina, en los barrios comerciales solía situarse en la planta baja donde se hacía la vida. En los barrios nobiliarios siempre se situaba en el primer piso, junto a la gran sala principal.
A modo de calefacción se utilizaban braseros de metal donde se quemaban huesos de oliva. La iluminación se obtenía mediante lámparas de aceite (candiles o velones) o con candelabros de cobre o plata.
La nobleza residía en amplios caserones de exterior sobrio. En la fachada siempre aparecía esculpido el escudo familiar. Las ventanas del primer piso estaban cerradas con celosías. Tras el recibidor y una habitación introductoria se pasaba la primera estancia de respeto, con muros adornados de tapices y el suelo con alfombras. La segunda estancia era el de cumplimiento donde se recibía a las visitas, delimitando los espacios para hombres y mujeres (asientos en sillas o taburetes para hombres, sentadas a la manera morisca las mujeres). La tercera estancia era la del cariño, el dormitorio de la dueña de la casa, habitación que solía tener un balcón enrejado que daba a la fachada principal y donde se podía observar a los transeúntes.
La separación entre las partes visibles de la casa y las reservas a la vida íntima era muy clara. Normalmente no se usaron cristales en las ventanas. Las paredes se blanqueaban con cal. Las casas carecían de cuarto de baño y retretes. Unos recipientes llamados “servidores” desempeñaban su misión hasta que al caer la noche eran vertidos en la calle.
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