INCIENSO
La palabra incienso
proviene del latín y significa quemar. El árbol del incienso se llama
Boswellia, del que se extrae la resina aromática que es la que se utiliza para
elaborar el incienso. Tiene su origen en Etiopía, Somalia, Arabia.
El incienso se ha utilizado desde la antigüedad. Las primeras
civilizaciones lo quemaban para ocultar los olores de los animales
sacrificados. Fueron los egipcios los primeros en emplearlo para poderse
dirigir a sus dioses a través de las oraciones. También la usaban en preparaciones para el cuidado de la
piel, para embalsamar y para fabricar un polvo de color negro utilizado como
delineador de ojos.
Los israelitas lo conocieron a través de los egipcios en los
tiempos del Éxodo (Segundo libro del Pentateuco, que cuenta en primer lugar la
salida de los israelitas de Egipto). En este libro se explican las
instrucciones dadas por Jehová a Moisés acerca de los materiales, la forma y
las medidas que debía tener el altar para quemar el incienso y las personas que
debían encargarse, tanto por la mañana como por la noche, de la ceremonia.
Los griegos empezaron sus ofrendas con incienso, durante las
celebraciones religiosas de “los misterios”, gracias a Pitágoras, en el siglo
VI a. C. Los romanos, quemaban incienso en los templos y en el mundo árabe se acogió
con tanto entusiasmo que exigían máxima castidad a los recolectores de incienso.
Cuando el paganismo inició su caída, los cristianos
introdujeron el uso del incienso en el culto divino, hacia el año 370. Para no
tener que depender de otros, la Iglesia llegó a tener sus propias tierras para
el cultivo del árbol del incienso.
Se utiliza en medicina como antiséptico, astringente,
digestivo, diurético, expectorante, calmante, tónico, cicatrizante, da energía
y ayuda a concentrarse.
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