HISTORIA DE LOS POLVOS FACIALES
Hace seis mil años, el adorno personal y el maquillaje eran
habituales entre hombres y mujeres. Las cortesanas griegas realzaban el colorido natural de sus
mejillas con un polvo blanco, el plomo en la mezcla estropeaba la piel, en
ocasiones provocaba la muerte.
A finales del siglo XVIII, se utilizaban unos polvos
elaborados con arsénico, que no solo se aplicaban en el cutis, también en los
brazos y cuello, en ocasiones lo ingerían con el fin de obtener la palidez
rápidamente. El arsénico era el culpable del cambio de color tan rápido, ya que
rebajaba el nivel de hemoglobina en la corriente sanguínea. Este procedimiento
era el responsable de muchas malformaciones congénitas en los fetos.
A finales del siglo XIX, los polvos faciales desaparecieron
de Europa de repente. Solo los utilizaban los actores de teatro. En 1880 se
volvieron a utilizar, estos se fabricaban con viejas recetas, está vez con
productos inocuos para la salud y eficaces como los antiguos.
Se recomendaban para su fabricación polvo o flor de arroz de
Carolina del Sur, en los Estados Unidos, que molían y mezclaban con agua, lo
dejaban decantar y lo pasaban por un tamiz. A estos polvos se les agregaba
polvo de lirio de Florencia y aroma de rosa. El polvo de arroz, o veloutina,
mezclado con bismuto y esencias aromáticas, se vendía en pequeñas cajitas o
estuches de cartulina herméticamente cerrados. Era la manera más eficaz y
económica de palidecer el rostro, los brazos y pechos.
Después de la Segunda Guerra Mundial se pusieron de moda los
tonos cobrizos, y el bronceado se convirtió en la última moda. Los polvos
blanqueadores habían llegado a su fin.
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