30 de julio de 2019

HISTORIA DE LOS POLVOS FACIALES


Hace seis mil años, el adorno personal y el maquillaje eran habituales entre hombres y mujeres. Las cortesanas griegas realzaban el colorido natural de sus mejillas con un polvo blanco, el plomo en la mezcla estropeaba la piel, en ocasiones provocaba la muerte.

A finales del siglo XVIII, se utilizaban unos polvos elaborados con arsénico, que no solo se aplicaban en el cutis, también en los brazos y cuello, en ocasiones lo ingerían con el fin de obtener la palidez rápidamente. El arsénico era el culpable del cambio de color tan rápido, ya que rebajaba el nivel de hemoglobina en la corriente sanguínea. Este procedimiento era el responsable de muchas malformaciones congénitas en los fetos.

A finales del siglo XIX, los polvos faciales desaparecieron de Europa de repente. Solo los utilizaban los actores de teatro. En 1880 se volvieron a utilizar, estos se fabricaban con viejas recetas, está vez con productos inocuos para la salud y eficaces como los antiguos.

Se recomendaban para su fabricación polvo o flor de arroz de Carolina del Sur, en los Estados Unidos, que molían y mezclaban con agua, lo dejaban decantar y lo pasaban por un tamiz. A estos polvos se les agregaba polvo de lirio de Florencia y aroma de rosa. El polvo de arroz, o veloutina, mezclado con bismuto y esencias aromáticas, se vendía en pequeñas cajitas o estuches de cartulina herméticamente cerrados. Era la manera más eficaz y económica de palidecer el rostro, los brazos y pechos.

Después de la Segunda Guerra Mundial se pusieron de moda los tonos cobrizos, y el bronceado se convirtió en la última moda. Los polvos blanqueadores habían llegado a su fin.

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