26 de julio de 2019

ENRIQUE IV DE CASTILLA Y BLANCA II DE ARAGÓN



A los dieciséis años, Enrique IV de Castilla (1440-1453), siendo aún príncipe heredero, se casó con la infanta Blanca II de Navarra (1424-1464). Los cronistas de la época contaron con todo lujo de detalles el primer encuentro sexual de la pareja. En esa época era normal que esa primera noche de amor se consumara con varios testigos, era cuestión de Estado.

A los nuevos esposos les acompañaban hasta la habitación un grupo bien seleccionado de miembros de la corte que se quedaban allí mirando durante todo el acto. Una vez finalizado, uno de los testigos quitaba la sábana de la cama, que debía estar manchada con la sangre de la desfloración, y salía al salón contiguo, donde esperaban ansiosos los padres de los esposos y el resto de la corte.

Allí exponían la sábana públicamente, dando fe de que el matrimonio se había consumado, al mismo tiempo se aseguraban de que la mujer era doncella.

En el caso de Enrique y Blanca no fue así, después de varios intentos todo fue inútil. El matrimonio duró trece años y termino en nulidad por la imposibilidad de tener descendencia. Con un dato clave en la sentencia de nulidad que decía que los reyes solo convivieron durante tres años, ya que Enrique rehuía cualquier relación con su mujer. Durante esos años, no se logró ninguna relación sexual normal, a pesar de que lo habían intentado con verdadero interés, añadiendo toda clase de remedios de muchos lugares del mundo, además de oraciones de todo tipo. Ella fue repudiada.

Sobre el problema hubo muchas teorías: que él era muy viril y era aficionado a prostíbulos de Segovia, que la culpa era de Blanca e incluso que él era homosexual. Por supuesto, corrían por las tabernas, mercados, calles y fiestas coplas y chascarrillos contando las penurias sexuales de la pareja. Todo ello llevó a que se le conozca con el apodo del impotente.

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