16 de julio de 2019

EL SEPULCRO DE JULIO II


En el año 1505, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel Buonarrotti (1475-1564), que tenía en esa época 29 años, la construcción de su futuro sepulcro. El artista diseñó un monumento de dos pisos, formado por un sarcófago rodeado de relieves en bronce y de cuarenta estatuas de mármol.

Una montaña entera de mármol, extraído de las canteras de Carrara, que se encuentra a cientos de kilómetros, fue transportada hasta Roma.

Sin embargo, según cuentan, el pintor Rafael Sanzio (1483-1520) y su familiar y protector, el arquitecto Donato d’Angelo (1444-1514), conocido como Bramante, celosos de que la maravillosa obra iba a dar fama y gloria a Miguel Ángel, confabularon ante el papa, convenciéndoles de que la construcción de su sepulcro en vida podría darle mala suerte.

Le recomendaron que Miguel Ángel pintase el gran techo abovedado de la Capilla Sixtina, pensando que el encargo excedería las facultades de Miguel Ángel, hasta ese momento solo era conocido como escultor.

El sepulcro quedó abandonado durante cuatro años, entre los años 1508 y 1512, mientras Miguel Ángel completaba el techo de la capilla con escenas de la Creación, una de las obras pictóricas más hermosas de todos los tiempos.

Al morir Julio II en 1513, su tumba no estaba construida. Miguel Ángel, solicitado por otros papas, fue retrasando el final de la obra. Cuarenta años después de haber iniciado la construcción del sepulcro, Miguel Ángel solamente había esculpido algunas estatuas de las cuarenta que debían custodiar la tumba. Una de esas esculturas era el Moisés de tres metros de altura, considerada la escultura más importante del Renacimiento italiano.

En 1545. Miguel Ángel, que contaba sesenta y nueve años, terminó la versión reducida de la tumba de Julio II, con el Moisés en el centro, en la iglesia de San Pedro Encadenado de Roma.

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