MERIENDA EN CASA DE UNA PRINCESA SEGÚN MADAME D'AULNOY
En ese viaje por España describe una merienda, a la que asistió en casa de la princesa de Monteleón:
“En casa de la princesa nos sirvieron un agradable refrigerio, se presentaron dieciocho doncellas con grandes bandejas de plata rebosantes de confituras de albaricoque, cerezas, ciruelas y otras varias frutas, envueltas de una en una en papeles dorados y recortados por las puntas como un fleco. Esto me pareció muy bien y extremadamente limpio, pues así los dulces que se comen se llevan a la boca desenvolviéndolos con cuidado sin pringarse los dedos, y también es posible guardar algunos, como se acostumbra, sin ensuciarse los bolsillos.
Hay señoras que después de atracarse hasta reventar sacan seis o siete pañuelos que para esos casos llevan y los llenan de dulces. Aunque parezca esto un abuso, a todas las demás, pasa como inadvertido, y tanta es la cortesía que cuando han colmado sus provisiones aún se les ofrece nuevamente que repitan. Las que así se portan anudan sus pañuelos y los dejan atados al miriñaque con un cordón. Supongo que este bonito escaparate se lo colgarían tan solo por delante, pues con la costumbre que tenemos de sentarnos en el suelo sobre cojines, peligraría, bueno, aunque se hubieran sentado en una butaca…
Después de los dulces nos dieron buen chocolate, servido en elegantes jícaras de porcelana. Había chocolate frío, caliente y hecho con leche y yemas de huevo. Lo tomamos con bizcochos; hubo una señora que sorbió seis jícaras, una después de otra, y algunas hacen esto dos o tres veces al día. No extraña ya que las españolas estén flacas, pues no hay cosa más ardiente que el chocolate, del que tanto abusan; además cargan de pimienta y otras especias cuanto comen, de modo que debieran abrasarse.
Ya lo saben mis lectoras, para conservar la línea: atracarse de dulces, pimienta y especias, y sorberse de doce a dieciocho jícaras de chocolate con bizcochos, mucho más fácil que rabiar de hambre, como hacen muchas…
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