ALEJANDRO DUMAS Y LOS MELONES
“Un día recibí una carta del Ayuntamiento de Cavaillon, Francia, el país de los melones, manifestándome que, habiendo decidido fundar una biblioteca compuesta de las mejores obras de los mejores autores, me rogaba les enviara dos o tres de mis novelas, las que a mí me pareciera eran mejores.
Me pusieron en un aprieto. Yo tengo dos hijos, y, puesto a escoger, no sabría cuál elegir; tengo escritos unos seiscientos libros, y me pasa igual que con mis hijos… Por tanto, contesté que me negaba a elegir, que mis libros todos me parecían buenos, pero que me parecían aún mejores los melones, así que me permitía hacerles la proposición siguiente: yo les remitiría la colección completa de mis obras; pero que ellos, a su vez, se comprometerían a pagármelas en melones, a razón de doce al año, mientras viviera, y que los melones serían de color verde. El Ayuntamiento de Cavaillon me contestó a vuelta de correo que mi proposición había sido aceptada por aclamación, votándome agradecidos esa renta vitalicia.
Ya va para doce años que hicimos el trato, y no sé si es casualidad o porque el alcalde, asesorado por sus concejales, los escoge entre los mejores para enviármelos, pero sí puedo atestiguar que jamás los comí mejores, siendo mi anhelo que mis novelas gusten tanto a los de Cavaillon como a mi sus melones”.
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