19 de enero de 2017

CONTRABANDISTAS DURANTE LA LEY SECA


La ley seca de Estados Unidos se aprobó pensando que era la voluntad de Dios y que aplicándola se reducirían los delitos permitiendo crear una sociedad mejor para los soldados que habían luchado durante la Primera Guerra Mundial en Europa. Unos agentes se encargaban de que se cumpliese, pero a menudo se la saltaban, sobre todo los gángters, surgieron muchos bares ilegales, los Speakeasy.

El día a día de los contrabandistas era el siguiente:

Cada día el imperio del contrabando planeaba los pasos a seguir. Primero las licencias de licor tenían que estar en regla. Los médicos todavía necesitaban alcohol, por eso los barones de la cerveza utilizaban ese agujero en la ley para conseguir licencias.

Los gángters se reunían con los jefes, para no dejar cabos sueltos. Las mafias tenían mucho poder, a la vez, sufrían una gran presión porque tenían que estar constatemente huyendo de la ley. Los subalternos realizaban los trabajos más peligrosos, mientras que los jefes se encargaban del negocio.

Los encuentros con  los proveedores tenían lugar en sitios discretos. Un puerto o aduana era el mejor sitio para asegurarse un buen negocio, ya que los asociados extranjeros no tenían que cumplir las leyes. Los gángters de Chicago y Detroit se beneficiaban de la proximidad de la frontera con Canadá.

Cada banda tenía su propia parte de la ciudad, con distintos speakeasies asociados a diferentes mafias. El crimen organizado era un negocio complicado, y el suministro de alcohol llegaba regularmente a cada bar. El alcohol se entregaba en barriles, pero casi nunca de día, los intercambios se llevaban a cabo de madrugada en almacenes, clubes.

Una vez entregado el alcohol, se negociaba y aseguraba con futuros clientes. El precio podía subir según lo complicado que fuera conseguir el suministro. Cuanto más éxito tuviera una banda, más agentes del gobierno les acechaban.

La base del éxito era escapar de la justicia, no era fácil, y los agentes a menudo arrestaban a los contrabandistas. Cuando lo hacían, lo normal era intentar sobornarles, y el funcionario,  que a menudo era fácil de convencer, aceptaba el dinero.

Cada banda contrataba a mantones y pistoleros para proteger sus intereses. No solo luchaban por el alcohol, muchas bandas también tenían asuntos sucios en el juego, la prostitución y la usura.

Después de un buen día de contrabando, se retiraban a sus guaridas a brindar por un trabajo perfecto, que no sucedía siempre. En ocasiones se encontraban de cara con la ley o protagonizaban alguna pelea con otra banda. Si el suministro era escaso trabajaban durante toda la noche.

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