26 de julio de 2016

EXTRAÑAS CASUALIDADES (6)


Sin saber por qué razón, George D. Bryson decidió interrumpir su viaje de negocios a Nueva York, cuando su tren entró en la estación de Louisville, Kentucky. Nunca había visitado esta ciudad, por lo que tuvo que preguntar dónde estaba el mejor hotel.

Gastándole una broma al recepcionista del Hotel Brown le preguntó si había alguna carta para él. Se quedó de piedra cuando el recepcionista le entrego una carta dirigida a él que llevaba, además, el número de su habitación. La explicación era sencilla, en esa habitación, la 307, se había hospedado otro George D. Bryson, que no tenía nada que ver con él.

El 15 de mayo de 1880, en Murcia, ocurrió una horrible coincidencia, el ayuntamiento de la ciudad, tuvo noticia de que acababa de morir en Puerto Principe, Haití, un soldado vecino de la ciudad, adscrito al Regimiento de Cazadores del Duero, se llamaba Antonio Cárceles Serrano, hijo de Antonio y María. El ayuntamiento, al ir a comunicárselo a la familia, se dio cuenta que había dos madres María Serrano, casadas con dos Antonio Cárceles, vecinas ambas del partido de Zaraiche, y con un hijo cada una de la misma edad y del mismo nombre sirviendo en el mismo regimiento.

Tuvieron que avisar a las dos familias que se presentaron con la esperanza de que el fallecido fuera el de la otra. Al cabo de unos días se recibió una carta de uno de los dos soldados y el cartero no supo a que familia entregársela. Cuando la abrieron, al estar redactada en términos generales, ninguna de las dos familias supo si era para ella.

Joseph Mathäus Aigner (1818-1886), pintor austriaco famoso por sus retratos, intentó suicidarse sin lograrlo en varias ocasiones a lo largo de su vida. La primera vez intentó colgarse cuando contaba dieciocho años, pero entonces un misterioso monje capuchino le interrumpió y le salvó la vida. Otra, a lo veintidós años, el mismo monje le volvió a impedir colgarse de nuevo.

Ocho años después, fue condenado a la horca por problemas políticos. Joseph intentó quitarse la vida antes de que se cumpliera la sentencia, pero el monje de nuevo le salvó la vida, tuvo suerte, la pena le fue conmutada. A los sesenta y ocho años, Joseph, por fin los consiguió, usando una pistola, se pegó un tiro. El mismo monje capuchino, oficio su entierro.

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