1 de julio de 2014

REGLAS DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS


La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, conocida como la Orden del Temple, fue una de las muchas órdenes militares cristianas de la Edad Media. Fundada en 1118, su intención era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén.

A los caballeros templarios se les impuso una regla de vida de tipo monástico: no podían tener mujeres, ni bañarse nunca, no podían tener nada propio, sino que tenían que poner todo en común. Pronto su fama se extendió por todos los países, algunos príncipes, reyes, grandes, humildes, se unieron a ellos en esta hermandad espiritual. Todos los que se convertían en hermanos entregaban a la comunidad todo lo que poseían. Acabaron poseyendo tierras no sólo en Palestina, sino en los países unidos a Italia y Roma.

Para ser un hermano debían superar una prueba que duraba un año. Se le leían las reglas siete veces y cada una de las veces se le decía: “¿Quizá no puedes seguir cumpliendo estas reglas?”. Reza a Dios y vuelve a tu casa. Cuando terminaba el año, a aquel que aceptaba y prometía llevar el yugo, se le recitaban algunas plegarias y se le viste con el hábito. Después de esto, quien renegaba de sus promesas, muere por la espada, sin misericordia ni piedad.

Sus costumbres eran las siguientes: A nadie se le permitía poseer ninguna propiedad, ni casas, ni dinero, ni propiedades de ningún tipo; ni podía ausentarse sin el permiso de su superior; ni dormir en otro sitio que no fuera su casa; ni comer pan a la mesa de la plebe; ni, cuando se le ordenaba ir a alguna región a morir allí, podía decir “No quiero ir”. Sino que debía, como había prometido trabajar con fe en su ministerio hasta la muerte.

Cuando alguien moría, celebraban 40 misas por él; alimentaban a los pobres por él, durante 40 días y a 40 personas cada día; y lo recordaban en la ofrenda del sacrificio de sus iglesias, a perpetuidad; a aquellos que morían en batalla los consideraban mártires. Si descubrían a alguien que había escondido algo en la comunidad, o si se descubría, después de su muerte, que poseía algo que no había dado a la comunidad, no lo juzgaban digno de sepultura.

Su vestimenta era una túnica blanca muy sencilla, no podían llevar otra cosa. Para dormir no tenían permiso para quitarse la ropa, ni para quitarse los correajes. Llevaban el pelo cortado al ras, nunca se peinaban, y la barba hirsuta y descuidada.

Su comida se regulaba así: domingos, martes y jueves comían carne, y los otros días, leche, huevos y queso. Sólo los sacerdotes que oficiaban en sus iglesias bebían vino todos los días. Los trabajadores trabajaban cada uno en su oficio, incluso los labradores. En cada ciudad o aldea había un jefe y un administrador y, bajo sus órdenes, todo el que se encontraba allí debía trabajar, cada uno en su ocupación.

El “Jefe Supremo” de todos los templarios se encontraba en Jerusalén. Tenía mando sobre todo y nunca permitía que nadie hiciera algo relacionado con el personal. De todo lo cosechado, se distribuía un décimo a los pobres; cada vez que se hacía pan en las casas templarias, una hogaza de cada diez se reservaba para los pobres. Los días en que se ponía la mesa donde los hermanos comían pan, todo lo que sobraba se daba a los pobres. Dos veces a la semana se distribuía pan y vino a los pobres.

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