LA MONOTONÍA DE CARLOS III
Carlos III de Borbón (1716-1788), rey de España, de Nápoles
y Sicilia, fue un rey con una monotonía en su vida personal, y está tendencia
la llevaba también a muchos de sus actos de gobierno, en los que le costaba
cambiar su viejo sombrero por otro nuevo, su resistencia a cambiar de
servidores, de amigos, de ministros, etc.
Su jornada empezaba así: Tanto si estaba en el Palacio Real
de Madrid, que el inauguro, como si se encontraba en alguno de los Reales
Sitios, se levantaba a las seis de la mañana, se vestía y rezaba un cuarto de
hora. A las siete en punto tomaba una taza de chocolate, oía misa y pasaba a
ver sus hijos. A las ocho se encerraba en su despacho a trabajar hasta las
once. Después conversaba con sus hijos, el confesor, algún ministro y daba
audiencia a embajadores y otras personalidades.
Comía en público, hablaba con unos y con otros, dormía
alguna siesta en verano y se iba a cazar hasta la noche acompañado de su
familia y su séquito. Cuando volvía se contaban las piezas y se comentaban los
incidentes, cenaba sopa, asado de ternera, un huevo pasado por agua y ensalada,
hablaba o jugaba un rato, rezaba y se acostaba. Esta rutina no cambiaba nunca,
sólo ciertos días del año dedicados únicamente a cazar.
Creía que la mejor manera de prevenir la neurastenia (su
padre y su hermano había sido víctimas de ella), era el ejercicio al aire libre.
En las residencias reales se edificaron teatros, se coleccionaban libros, se
llamaba a artistas y músicos famosos, todo esto no eran para uso del monarca,
sino porque la tradición y el prestigio lo exigían.
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