16 de junio de 2014

TORTURAS EN LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA


La tortura empleada en la inquisición en España (1478-1821), tenía lugar cuando el reo entraba en contradicciones con su declaración anterior, cuando reconocía una acción torpe pero negaba su intención de herejía y cuando realizaba sólo una confesión parcial. Los medios utilizados fueron tres: la garrucha, la toca y el potro.

La garrucha consistía en sujetar a la víctima los brazos detrás de la espalda, alzándole desde el suelo con una soga atada a las muñecas, mientras de los pies colgaban unas pesas. En esa posición era mantenido durante un tiempo. A veces soltaban la cuerda, que colgaba de una polea, de golpe y le dejaban caer.

La toca, o tortura del agua, consistía en subir al reo a una especie de escalera, luego lo doblaban sobre sí mismo con la cabeza más baja que los pies. Situado así, se le inmovilizaba la cabeza para introducirle por la boca una toca o venda de lino, a la que fluía agua de una jarra con capacidad de más de un litro. La víctima sufría una sensación de ahogo, mientras de vez en cuando le retiraban la toca para obligarle a confesar. Cuanto más severo era el castigo, más jarras le hacían consumir, en ocasiones seis u ocho.

Cuando las dos formas anteriores cayeron en desuso y fueron reemplazadas por el potro, al que era atada la víctima. Con la cuerda alrededor de su cuerpo y en las extremidades, el verdugo daba vueltas a un dispositivo que progresivamente la ceñía, mientras el reo era advertido de que, si no decía la verdad, seguiría el tormento, dándole varias vueltas más.

Las confesiones obtenidas durante el tormento no eran válidas por sí mismas, debían ser ratificadas, fuera de él, en las veinticuatro horas siguientes. El desarrollo de la tortura era registrado por los secretarios, incluidos los quejidos y exclamaciones que gritaban las víctimas.

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