¡QUÉ EQUIVOCADOS ESTABAN!
Para Aristóteles, el macho de las especies contribuía con el
agente generador esencial aportando el llamado “principio vital” o “alma”, sin
embargo, al no ser material, consideraba que no era necesario que materia
alguna pasara del macho a la hembra.
La materia que pasaba con el semen era considerada por
Aristóteles un simple accidente y no una esencia. Basándose en estas ideas se
estaba en condiciones de aceptar la acción de la llamada “aura seminalis” en la
fecundación sin contacto y se llegó a atribuir el embarazo de algunas jóvenes a
los vapores espermáticos del padre que había tenido una polución nocturna en la
misma cama, incluso al haber abrazado a una amiga que hubiera terminado de
mantener relaciones con el marido.
Averroes, médico musulmán, contaba que una vecina le juró
que había concebido un hijo al tomar un baño en el que previamente había
eyaculado un hombre, lo que le llevó a pensar que la vulva poseía la propiedad
de atraer el esperma.
Durante la Edad Media se creía que los hombres y las mujeres
producían espermatozoides.
Los antiguos griegos creían que el esperma se almacenaba en
los huesos. Paracelso decía que el semen provenía de todas las partes del
cuerpo y que acudía a los testículos durante el acto sexual.
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