19 de febrero de 2020

¡QUÉ EQUIVOCADOS ESTABAN!


Para Aristóteles, el macho de las especies contribuía con el agente generador esencial aportando el llamado “principio vital” o “alma”, sin embargo, al no ser material, consideraba que no era necesario que materia alguna pasara del macho a la hembra.

La materia que pasaba con el semen era considerada por Aristóteles un simple accidente y no una esencia. Basándose en estas ideas se estaba en condiciones de aceptar la acción de la llamada “aura seminalis” en la fecundación sin contacto y se llegó a atribuir el embarazo de algunas jóvenes a los vapores espermáticos del padre que había tenido una polución nocturna en la misma cama, incluso al haber abrazado a una amiga que hubiera terminado de mantener relaciones con el marido.

Averroes, médico musulmán, contaba que una vecina le juró que había concebido un hijo al tomar un baño en el que previamente había eyaculado un hombre, lo que le llevó a pensar que la vulva poseía la propiedad de atraer el esperma.

Durante la Edad Media se creía que los hombres y las mujeres producían espermatozoides.

Los antiguos griegos creían que el esperma se almacenaba en los huesos. Paracelso decía que el semen provenía de todas las partes del cuerpo y que acudía a los testículos durante el acto sexual.

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