25 de enero de 2018

EL PASO DEL ESTRECHO SEGÚN PIGAFETTA


Antonio Pigafetta fue el cronista de la primera circunnavegación de la Tierra, realizada en el año 1522, con Fernando de Magallanes al mando. Sobre su paso por el Estrecho dice:

“Llamamos a ese estrecho el Estrecho Patagónico”, en el cual se encuentran, cada media legua, puertos segurísimos, inmejorables, aguas, leña (solo cedro), peces, sardinas, mejillones y apio, hierba dulce (también otras amargas). Nace esa hierba junto a los arroyos y bastantes dias solo de ella pudimos comer. No creo haya en el mundo estrecho más hermoso ni mejor. Por este mar Océano pude practicarse la más dilectísima de las pescas.

Hay tres suertes de peces, largos como el brazo y más, que nombran dorados, albacoras y bonitos, los cuales persiguen a otros peces que vuelan, llamados “colondrinos”, de óptimo sabor. Cuando los de aquellas tres especies encuentran a alguno de estos voladores, éstos, con prontitud, saltan fuera del agua y vuelan, pese a tener empapadas las alas, por trecho mayor que un tiro de ballesta. Durante cuyo vuelo córrenle los otros detrás por debajo del agua a su sombra. No acaba aún de caer el primero en el agua, que ya en un decir Jesús, lo han apresado y comido. Cosa, en verdad, bellisima de ver…

El miércoles 28 de noviembre de 1520 nos desencajonamos de aquel estrecho, sumiendonos en el amr Pacífico. Estuvimos tres meses in probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galletas; ni galleta ya, sino su polvo, con los gusanos a puñados, porque lo mejor habiánselo comido ellos; olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amrillenta, putrefacta ya de muchos días, completando nuesta alimentación los cellos de cuero de buey, que en la cofa del palo mayor, protegían del roce a las jarcias; pueles más que endurecidas por el sol, la lluvia y el viento. Poniéndolas al remojo del mar cuatro o cinco días y despues un poco sobre las brasas, se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos…

En estos tres meses y veinte días recorrimos cerca de cuatro mil leguas del mar Pacífico, en una sola derrota, sin ver tierra alguna, sino dos islotes deshabitados, en los que nada se encontró fuera de pájaros y árboles. Los llamamos islas infortunadas. Están a doscientas leguas la una de la otra. No había donde fondear a su alrededor; si muchos tiburones.

La primera de las islas está en los 15 grados de latitud austral; la otra en los 9. Cubríamos cada jornada, sesenta o setenta leguas a la cadena o a popa. Y, si Dios y su Madre Bendita no nos hubieran ayudado con tan buen tiempo, por seguro que habríamos perecido todos de hambre en aquel inmenso mar”.

0 comentarios :