13 de agosto de 2016

LUCHA Y BOXEO EN OLIMPIA


La lucha libre se incorporó en la XVIII edición de los Juegos Olímpicos, en el 688 a. C. La lucha permitía todo tipo de llaves y contrallaves sobre cuello, torso y brazos, estando prohibidas las de las piernas, se admitía la zancadilla. El ganador era el que lograba derribar por tres veces a su rival. No existía la clasificación por pesos con lo que se estimuló el juego de la habilidad, agilidad y astucia, a costa de eliminar a los menos dotados físicamente.

Los atletas de la edad de oro olímpica y los de los años posteriores eran muy diferentes. Los primero eran luchadores estilizados y ágiles, los segundos, hombres corpulentos, pesados y con una gran cantidad de grasa en el abdomen. Esas diferencias en lo físico, debieron hacer el cambio en el reglamento. Según Pausanias, el siciliano Leontisco fue dos veces coronado de laurel, sin saber derribar a sus contrarios, simplemente, les rompía los dedos.

El boxeo llegó a tener una gran fama, siendo su corona una de las más codiciadas. Como ya hemos dicho, se practicaba sin diferenciar los pesos, sin asaltos, y sin límite de tiempo, como la lucha. En principio se boxeaba con los puños desnudos, luego los púgiles comenzaron a vendarse los nudillos y muñecas con una tira de piel blanda sin curtir de unos tres metros de larga y unos dos centímetros de ancha. Con el paso del tiempo, se fueron endureciendo los vendajes hasta llegar a los puños erizados de clavos o armados de hierro de la época romana.

El peligro de esta clase de lucha obligó a quienes la practicaban a una elevada tecnificación. Se adiestraban en gimnasios, a la orden de un cuidador, utilizaban la pera o saco de arena o trigo (similar a los entrenos de hoy en día). El golpe preferido se dirigía a la cabeza. La guardia consistía en adelantar los brazos para prevenir los golpes en la cara u orejas. El ganador era el que no había sido golpeado.

Los combates, cuando no se producía derribo o retirada y se prolongaban hasta cansar a jueces y espectadores, se dilucidaban por clímax: un púgil se quedaba quieto y el otro podía darle un puñetazo. Si el golpe era resistido se invertía la situación, y así, sucesivamente, hasta el derribo o el abandono.                        

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