LA EMPERATRIZ TEODORA
La emperatriz romana
Teodora, esposa de Justiniano I, parece ser que nació en Chipre, pero paso su
juventud en Constantinopla con su madre, una prostituta amancebada con el guardián
de una casa de fieras que se llamaba Acacio.
Después de la temprana
muerte de Acacio, Teodora ayudó al mantenimiento de su familia con diversos
trabajos, entre ellos actriz y bailarina, donde destacó, más por sus escándalos
eróticos que protagonizaba que por su calidad artística.
Tras pasar un tiempo en
el norte de África con su amante Eubolo, volvió a Constantinopla y conoció y
enamoró al que era en ese momento senador, Justiniano. Ya que la ley romana
prohibía el matrimonio de senadores con actrices o cortesanas, totalmente
enamorado, consiguió que su padre adoptivo, Justino, el emperador gobernante,
derogase esa ley. Además tuvo que enfrentarse a la opinión de la emperatriz
Eufemia, que se opuso a su matrimonio con una cortesana plebeya. Justiniano no hizo
ni caso a este inconveniente, y se caso con la que cuando Justiniano fue
elevado al trono imperial, se convirtió en emperatriz, Teodora.
Según cuentan era una
mujer de gran belleza, muy inteligente y una gran fuerza de voluntad. También era
muy cruel, depravada y ambiciosa. Cuando fue emperatriz, impulso una gran
relajación moral en todo el imperio, y se autoproclamo defensora de las esposas
infieles.
Enemiga de las rígidas leyes
romanas contra el desnudo total, dicen que acostumbraba a mostrarse en público
vestida únicamente con una cinta y que, en muchas fiestas campestres, abría sus
puertas de Venus a más de diez jóvenes en una tarde. Otras veces satisfacía a
unos treinta esclavos cada noche.
Abandonó ese
comportamiento cuando se convirtió al cristianismo. Cambió radicalmente y desde
ese momento fue un dechado de moralidad y una defensora de los valores morales
cristianos.
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