LUJURIA EN LA EDAD MEDIA
En 1551, el doctor Luis Lobera de Ávila ya decía que “jamás había tenido que dar consejos o remedios por enfermedades producidas por la continencia, y si, por el contrario, a los que excedían en esas funciones”. En 1597, el doctor Blas Álvarez Miraval era muy duro con esas personas, opinaba que “los cuerpos de los lujuriosos con su concupiscencia arden y se calientan, y a acabada la lujuria hieden como sentinas de navío por ofender universalmente a todos los miembros del cuerpo humano”.
En una obra del siglo XIX se pueden encontrar descritos los síntomas del lujurioso: “Se quedan obtusos sus sentidos, le escasean y aun le faltan las ideas, se embota su imaginación; se pervierten su juicio y buen criterio, la generosidad, el valor, el patriotismo, la alegría, el afecto y los violentos deseos que antes le animaban, todo desaparece dejando en su lugar la apatía más profunda y la postración más invencible. Y si, a pesar de la debilidad a que ya le han reducido las pérdidas seminales, trata todavía de irritar sus órganos y de continuar en sus excesos, no tarda en aniquilarse del todo, llegando a ofrecer una imagen triste de la muerte”.
En un tratado de la Edad Media se recomienda retozar desnudo sobre un campo de ortigas o introducir un dedo en agua hirviendo.
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