SACRIFICIOS HUMANOS
En Cártago, ciudad enemiga desde siempre de Roma, se
inmolaba a los recién nacidos al dios Baal Hamon. Este era el dios más poderoso
del panteón cartaginés y su nombre significa “dios de la hoguera”. Este fuego
puede designar tanto a la fosa para los sacrificios como al disco solar
incandescente, que encarnaba a dios. Las familias aceptaban sacrificar a unos
de sus hijos esperando recibir a cambio favores excepcionales del dios. Los niños,
con la cabeza cubierta para que sus padres no pudiesen reconocerlos, eran
lanzados, en pequeños grupos, a un horno construido e las fauces abiertas y
ardientes de la estatua que representaba a Baal Hamon. Sus cenizas se recogían
en una urna y se depositaban en un santuario a cielo abierto.
Los aztecas tenían la creencia de que había otra vida
después de la muerte, la forma de morir determinaba como sería la vida eterna,
y no los méritos acumulados en la tierra. El destino más ansiado era morir en
combate o sobre la piedra de sacrificios. Durante estas ceremonias se
practicaba también la antropofagia, que tenía un significado preciso: el
prisionero encarna al dios. Su cuerpo, después del sacrificio, se repartía
entre los invitados y se reserva una parte para el emperador.
En la tradición hindú, las mujeres cuyos maridos acababan de
morir debían inmolarse en la hoguera, donde éste era incinerado. La sociedad
hindú consideraba, en efecto, que ellas pertenecían al esposo y no podían, por
lo tanto, seguir viviendo sin él. Esta práctica ya no existe en la actualidad.
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