19 de enero de 2020

SACRIFICIOS HUMANOS


En Cártago, ciudad enemiga desde siempre de Roma, se inmolaba a los recién nacidos al dios Baal Hamon. Este era el dios más poderoso del panteón cartaginés y su nombre significa “dios de la hoguera”. Este fuego puede designar tanto a la fosa para los sacrificios como al disco solar incandescente, que encarnaba a dios. Las familias aceptaban sacrificar a unos de sus hijos esperando recibir a cambio favores excepcionales del dios. Los niños, con la cabeza cubierta para que sus padres no pudiesen reconocerlos, eran lanzados, en pequeños grupos, a un horno construido e las fauces abiertas y ardientes de la estatua que representaba a Baal Hamon. Sus cenizas se recogían en una urna y se depositaban en un santuario a cielo abierto.

Los aztecas tenían la creencia de que había otra vida después de la muerte, la forma de morir determinaba como sería la vida eterna, y no los méritos acumulados en la tierra. El destino más ansiado era morir en combate o sobre la piedra de sacrificios. Durante estas ceremonias se practicaba también la antropofagia, que tenía un significado preciso: el prisionero encarna al dios. Su cuerpo, después del sacrificio, se repartía entre los invitados y se reserva una parte para el emperador.

En la tradición hindú, las mujeres cuyos maridos acababan de morir debían inmolarse en la hoguera, donde éste era incinerado. La sociedad hindú consideraba, en efecto, que ellas pertenecían al esposo y no podían, por lo tanto, seguir viviendo sin él. Esta práctica ya no existe en la actualidad.

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