AUGUSTO, EL ABSURDO SECUESTRADOR
En el aeropuerto de la ciudad filipina de Davao, un hombre
del que solo se conoce su nombre, Augusto, subió a un avión de Philippine Air
con destino a Manila. En mitad del vuelo, se colocó un pasamontañas y unas
gafas de natación, sacó un arma y una granada que llevaba escondidas y anunció
que acababa de secuestrar el avión.
Seguidamente, exigió que el aparato diese media vuelta y regresase
a Davao. Los pilotos trataron de hacerle entrar en razón, le enseñaron los
indicadores de combustible y le juraron que no disponían de suficiente
combustible para volver a Davao. Su única alternativa era seguir hacia adelante
y aterrizar en Manila. El terrorista aceptó que el avión siguiese su vuelo hacia su
destino inicial, pero rápidamente adaptó sus planes iniciales.
Augusto robó a todos los pasajeros y reunió un botín total
de veinticinco mil dólares. Después, sin perder en ningún momento los nervios,
ordenó al piloto que bajase a seis mil quinientos pies (dos mil metros) y que
se estabilizase a esa altura. Entonces sacó una bolsa que parecía una mochila.
Le preguntaron de qué se trataba y contestó satisfecho que un paracaídas que se
había construido él mismo.
Después de obligar a una de las azafatas a abrir la
compuerta y despresurizar la cabina de pasajeros, se colocó su paracaídas a la
espalda y trató de saltar al exterior. Pero sucedió algo con lo que no había
contado: el viento de crucero era tan fuerte que el paracaidista, cada vez que
trataba de saltar del avión, era impulsado de nuevo dentro.
Como no podía salir, el secuestrador decidió suicidarse,
llevándose a todos por delante; para ello, tiró de la anilla de seguridad de la
granada pero, justo antes de que pudiera arrojarla dentro de la cabina, una de
las azafatas le dio una patada en sus partes íntimas y lo empujó al vacío.
Augusto cayó con el paracaídas cerrado y una granada a punto
de explotar en la mano. En el año 2000, Augusto, recibió el premio Darwin a la
muerte más absurda del año.
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