28 de octubre de 2018

MONJES COPISTAS


Los copistas de las bibliotecas monásticas del siglo XI trabajaban en un lugar cercano a la biblioteca llamado “scriptorium”, donde los monjes escribas copiaban, traducían, en definitiva, preservaban textos y manuscritos de épocas pasadas.

Trabajaban totalmente en silencio y sin apenas luz. Sobre un atril de madera los copistas tenían una lámpara de aceite, un reloj de sol y una clepsidra. Además de una pluma de ave, la navaja y el tintero. Para escribir utilizaban pergaminos, fabricados normalmente con pieles de oveja o cabra, que una vez tratadas quedaban finas y lisas.

La primera letra de cada capítulo se adornaba con mucho cuidado en tinta roja, azul o dorada. Dibujaban imágenes en los márgenes y también en páginas enteras. Cada día trabajaban en un fragmento del ejemplar, en ocasiones los códices los hacían entre varios monjes, repartiéndose los cuadernillos. Como ejemplo, un calígrafo podía terminar, sin prisa, tres o cuatro libros medianos en un año. Otros manuscritos tardaban años en terminarse.

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