CARTA DE RECAREDO AL PAPA GREGORIO MAGNO
“Recaredo, al santo y bienaventurado para Gregorio obispo:
Desde el instante en que el Señor por su misericordia hizo que nos separábamos de la nefanda herejía arriana, la iglesia católica nos acogió dentro de su seno, mejores, por seguir su fe. Entonces ya fue nuestra intención y nuestra voluntad acudir con gozo y con toda la fuerza del alma a un varón tan venerable y superior a todos los demás prelados para que alabara a Dios por todos los medios en lugar de nosotros, los hombres, por un don tan excelso recibido de Dios.
Y porque nosotros debemos sobrellevar los múltiples cuidados del reino, ocupados en los más diversos negocios, han transcurrido tres años sin haber podido cumplir en modo alguno el deseo de nuestra alma. Más tarde enviamos hasta vos a algunos abades de los monasterios para que llegaran hasta su presencia y ofrecieran a san Pedro los dones que les remitíamos, y nos trajeran noticias más ciertas de la salud de tu santa reverencia y habiéndose dado prisa, y estando ya casi a la vista del litoral de Italia, les ocurrió que a causa del temporal del mar naufragaron en algunos escollos, cerca de Marsella y apenas pudieron salvar sus vidas.
Ahora, pues, hemos rogado al presbítero que tu gloria había enviado a la ciudad de Málaga, que se llegara hasta nuestra presencia, pero este tal impedido por una enfermedad corporal no tuvo fuerzas en modo alguno para presentarse delante del solio de nuestra Majestad; pero porque sabemos de toda seguridad que él ha sido enviado por tu Santidad, le remitimos un cáliz de oro con piedras preciosas engastadas en su parte superior, para que como confiamos de tu Santidad, os dignéis ofrecerle como cosa digna de él al Apóstol que brilla primero por el honor.
También pido a tu grandeza que en ocasión oportuna os acordéis de nosotros con vuestras sagradas y doradas cartas. Pues cuanto en verdad te ame, no creo que se oculte por inspiración del Señor a vuestra fecunda imaginación.
Sucede muchas veces que aquellos que se hallan divididos por las tierras y los mares se unen por la gracia de Dios, casi visiblemente, y aquellos que no pueden gozar de tu presencia personalmente, la fama les pone de manifiesto tu bondad.
Recomiendo con toda veneración a tu santidad en Cristo a Leandro, obispo de la iglesia de Sevilla, porque por su medio se nos ha revelado tu benevolencia, y cuando hablamos con este prelado de tu vida, nos tenemos por pequeños considerando vuestras buenas obras. Me agradaría recibir noticias de tu salud. Y suplico prudencia de tu cristiandad que encomiendes frecuentemente al Señor común en tus oraciones a nosotros y a nuestro pueblo que después de dos gobernamos y que ha sido ganado por Cristo estos vuestros años, para que al hallarnos separados por la amplitud del orbe, crezca en nosotros felizmente la verdadera caridad para con Dios”.
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