EL NAVÍO VOLADOR
En el año 1211, Gervasio de Tilbury (1155-1234), cronista inglés de eventos y curiosidades históricas, relato el avistamiento de un navío volador en su obra “Otio Imperalia”, donde contaba lo siguiente:
“Sucedió un día de fiesta en Inglaterra, mientras la gente estaba saliendo de la iglesia parroquial después de escuchar la misa mayor. El día estaba muy nublado y bastante oscuro a causa de las densas nubes. Para estupefacción de los presentes, el ancla de un barco se vio atrapada en una lápida dentro de los muros del cementerio, con su cuerda estirada y colgando de las nubes.
La gente daba diversas opiniones al respecto, aunque después de un tiempo, vieron el movimiento de la cuerda como si se estuviera intentando liberar el ancla. Al ver que no cedía rápidamente, desde el aire húmedo se escucharon agitadas voces como si los marineros forcejearon entre sí para recuperar el ancla que habían arrojado. Pronto, tras ver que sus esfuerzos eran vanos, los marineros enviaron a uno de los suyos hacia abajo.
Utilizando la misma técnica que nuestros marineros terrenales, el individuo agarró la cuerda del ancla y se descolgó por ella, balanceándose con una mano detrás de la otra. Apenas había tocado el ancla, cuando fue capturado por los presentes. Sin embargo, falleció en manos de sus captores, asfixiado al respirar la humedad de nuestro aire denso como si se estuviera ahogando en el mar.
Los otros marineros desde arriba esperaron una hora, y luego concluyeron que su compañero se había ahogado. Cortaron la cuerda y navegaron lejos, dejándose atrás su ancla. Así, en memoria de este evento, se decidió oportunamente que el hierro de esa ancla debía ser utilizada para hacer unos ornamentos forjados sobre la puerta de la iglesia, y todavía ahí permanece para que todos los vean”.
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