LOS COCHES DE CABALLOS SEGÚN MADAME D'AULNOY
Madame D’Aulnoy (1651-1705) fue una escritora francesa, además de ser conocida por sus cuentos de hadas, también lo es por su relato del viaje a España, escrito en 1679. Sobre los coches, los describe así:
“Vi llegar dos carrozas, tiradas por seis mulas cada una, a galope tendido, más veloz que pudiera serlo el de caballos. Todavía aumentó mi sorpresa su atalaje. Entre las dos ocupaban un cuarto de legua. Tenía una de ellas seis cristales tan grandes como los nuestros. La imperial de estos vehículos españoles es más baja y por ende más incómoda que las francesas.
Adornaba el interior del coche una cornisa de madera dorada, tan ancha como la de las habitaciones, e iba dorada también por fuera, lujo permitido únicamente a embajadores y demás extranjeros, siendo sus cortinas de damasco y paño cosidos ensambladamente.
Pregunté a don Federico de Cardona la razón de esta novedad, y me refirió haberse introducido tal costumbre desde que un cochero de Olivares sorprendió y divulgó grave secreto de Estado dicho conde-duque a un amigo acompañante, a quien tachó de infidente hasta que se hubo descubierto al culpable.
Los tiros de seda o de cuerda, extraordinariamente largos, al punto de distar las mulas más de tres varas entre sí. No me explico cómo no se rompen con la violencia del galope, si bien es cierto que ese paso veloz no se estila sino en carretera y se compensa con el cansino, usual entre calles, fatigosamente recorridas. Dentro de Madrid no se permite más de cuatro mulas; pero llevan siempre postillón.
A grandes y títulos se les permite circular por la villa con cuatro mulas y tiros largos, ese atalaje está vedado a los demás, sean cuales fueren su posición y medios de fortuna; el contraventor se expone a que le corten los tiros en plena calle, imponiéndoles muy crecida multa, porque no basta tener dinero para adquirir todo ello, si no se reúne calidad que permita disfrutar de ese privilegio.
Esta reservado al rey, dentro de Madrid, el tiro de seis mulas, así en su carroza como en las que siguen. Las que usa no se parecen a las de Francia, distinguiéndose fácilmente por ir forradas de huele verde y tener techo redondo, como nuestras diligencias; pero no están hechas de mimbre, sino de madera, aunque mal tallada. El rey y algunos señores poseen otras magnificas, fabricadas en Francia o en Italia; más no las sacan sino cuatro veces al año.
Venía mi parienta en la primera carroza con tres damas españolas. Los escuderos y pajes seguían en la otra, de diferente hechura. Eran sus portezuelas por el estilo de las antiguas nuestras y se desarticulaban llegando hasta el suelo, de modo que cuando bajan las señoras, no se les ve el pie ni aun el zapato.
Tenía espejos, como de dos palmos, colgados a derecha e izquierda y vidrio delantero y trasero para llamar a los lacayos, en todo semejantes a mirillas de desván. Cubría por entero la baca una funda de barragán, como luengas (largas) haldas (faldas) sujetas a las tirillas de cuero de la capota por grandes botones. El aspecto es feo y la comodidad nula, porque se ha de ir debajo como un cofre cerrado”.
0 comentarios :
Publicar un comentario