EL TESTAMENTO DE ISABEL LA CATÓLICA
El 26 de noviembre de 1504, a los cincuenta y tres años, después de treinta y uno de reina, murió en Medina del Campo, Isabel I de Castilla, Isabel la Católica. Tres días antes había completado su testamento, que había comenzado el 12 de octubre, con lo que terminó su trabajo como reina, para dedicarse a la oración y a prepara su alma para el otro mundo.
Su testamento era el siguiente: como cristiana pedía que el dinero que se fuera a gastar en sus exequias, se entregase a los pobres, eligiendo una sencilla sepultura en el Convento de San Francisco de Granada. Como esposa, le encomendaba a su esposo Ferando que si elegía otro lugar para ser enterrado, dejase dicho que su cuerpo fuera trasladado y enterrado junto al de él, pues: “porque el ayuntamiento que tuvimos viviendo, e que nuestras ánimas espero en la misericordia de Dios que teman en el cielo, lo tengan e representen nuestros cuerpos en el suelo”.
A su esposo le dejaba sus joyas, para que se acordase del singular amor que por él sintió, para que se acordase también que ha de morir y que ella lo esperaría, y para que con ese recuerdo pudiese vivir más santa y justamente. Era la última vez que le regañaba por la existencia de los cuatro bastardos de Fernando.
A los archiduques, sus herederos, les advertía que no nombrasen para cargos importantes a extranjeros ni que hicieran leyes cuando se encontrasen fuera de Castilla. Sabiendo la locura de su hija Juana I de Castilla, deja dicho que no pudiese gobernar, que fuese su esposo don Fernando quien gobernase como regente hasta que don Carlos I de España, hijo de los archiduques de Austria (Juana y Felipe), cumpliera veinte años.
Sus bienes muebles se los dejó a la Iglesia, a los hospitales y a los pobres. Fernando se casó con Germana de Foix. La muerte reunió de nuevo a los Reyes Católicos y juntos reposan en Granada.
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