HISTORIAS DE MÉDICOS
En el siglo XVIII, para curar la ictericia se tomaban tres
piojos vivos. Para que fuera más fácil tragarlos se tomaban con leche, aceite
crudo o enharinado. Decían, los médicos, que los piojos al llegar al estómago,
superan el píloro, porque son resistentes a la acción de los jugos gástricos, y
entran en el duodeno haciendo cosquillas en sus paredes y provocando unas
contracciones en la pared duodenal que favorecen el flujo de bilis y
desbloquean las vías biliares. El cosquilleo sólo se producía si los piojos
estaban vivos. Algunas personas se dedicaban a coger piojos para suministrar a
los médicos que los utilizaban.
En el mismo siglo, el XVIII, las momias egipcias eran
profanadas para fabricar medicamentos contra las úlceras, la anemia, el dolor
de cabeza, etc. Como no había muchas momias, algunos comerciantes empezaron a
fabricarlas con cadáveres que se encontraban por las calles o los que robaban
en los cementerios. Lo obtenido se vendía en unos frascos pequeños que tenían
un trozo de carne humana con sustancias aromáticas, aceites y resinas.
Kenelm Digby (1603-1665), diplomático inglés, inventó un
polvo simpático que estaba compuesto de sangre humana, grasa de eunucos y musgo
procedente de cráneos de asesinos, con ellos se lavaba las armas con las que el
paciente se había herido, (al paciente lo dejaban sin asistencia). Tenía la
siguiente teoría: a medida que se curaba el arma, la herida se iba cerrando. Un
tiempo después inventó una variante; sumergir las prendas manchadas de sangre
en una solución de sulfato de cobre.
El primero en utilizar anestesia fue el dentista Horace
Wells. En 1844 aplicó a un paciente óxido nitroso. El éter empezó a usarse a
partir de 1850.
Durante siglos se utilizó el tabaco para luchar contra
muchas enfermedades: jaquecas, dolor de muelas, dolor de estómago, artritis,
mal aliento… En 1774 algunos médicos trataron de reanimar a personas muertas
usando un “respirador de tabaco” o “administrador de enemas de tabaco”. Estos
artilugios introducían humo por el ano del paciente, principalmente lo
utilizaban para reanimar a las víctimas por ahogamiento.
Se hacía de la siguiente manera: El tubo rectal se
introducía por el ano estaba conectado a un fuelle que obligaba a que el humo
fuera hacia el recto. Se pensaba que el calor del humo promovería la
respiración. El fracaso fue total.
En 1807, en el Hospital Real de Berlín, los médicos utilizaban
una centrifugadora especial para tratar a los enfermos mentales. Esta
centrifugadora constaba de un brazo de 1,80 metros, con una barquilla en su
extremo, en la que se situaba al enfermo. La rápida rotación del aparato
sometía al paciente a aceleraciones equivalentes a cinco veces su peso.
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