22 de febrero de 2015

HISTORIAS DE MÉDICOS


En el siglo XVIII, para curar la ictericia se tomaban tres piojos vivos. Para que fuera más fácil tragarlos se tomaban con leche, aceite crudo o enharinado. Decían, los médicos, que los piojos al llegar al estómago, superan el píloro, porque son resistentes a la acción de los jugos gástricos, y entran en el duodeno haciendo cosquillas en sus paredes y provocando unas contracciones en la pared duodenal que favorecen el flujo de bilis y desbloquean las vías biliares. El cosquilleo sólo se producía si los piojos estaban vivos. Algunas personas se dedicaban a coger piojos para suministrar a los médicos que los utilizaban.

En el mismo siglo, el XVIII, las momias egipcias eran profanadas para fabricar medicamentos contra las úlceras, la anemia, el dolor de cabeza, etc. Como no había muchas momias, algunos comerciantes empezaron a fabricarlas con cadáveres que se encontraban por las calles o los que robaban en los cementerios. Lo obtenido se vendía en unos frascos pequeños que tenían un trozo de carne humana con sustancias aromáticas, aceites y resinas.

Kenelm Digby (1603-1665), diplomático inglés, inventó un polvo simpático que estaba compuesto de sangre humana, grasa de eunucos y musgo procedente de cráneos de asesinos, con ellos se lavaba las armas con las que el paciente se había herido, (al paciente lo dejaban sin asistencia). Tenía la siguiente teoría: a medida que se curaba el arma, la herida se iba cerrando. Un tiempo después inventó una variante; sumergir las prendas manchadas de sangre en una solución de sulfato de cobre.

El primero en utilizar anestesia fue el dentista Horace Wells. En 1844 aplicó a un paciente óxido nitroso. El éter empezó a usarse a partir de 1850.

Durante siglos se utilizó el tabaco para luchar contra muchas enfermedades: jaquecas, dolor de muelas, dolor de estómago, artritis, mal aliento… En 1774 algunos médicos trataron de reanimar a personas muertas usando un “respirador de tabaco” o “administrador de enemas de tabaco”. Estos artilugios introducían humo por el ano del paciente, principalmente lo utilizaban para reanimar a las víctimas por ahogamiento.

Se hacía de la siguiente manera: El tubo rectal se introducía por el ano estaba conectado a un fuelle que obligaba a que el humo fuera hacia el recto. Se pensaba que el calor del humo promovería la respiración. El fracaso fue total.

En 1807, en el Hospital Real de Berlín, los médicos utilizaban una centrifugadora especial para tratar a los enfermos mentales. Esta centrifugadora constaba de un brazo de 1,80 metros, con una barquilla en su extremo, en la que se situaba al enfermo. La rápida rotación del aparato sometía al paciente a aceleraciones equivalentes a cinco veces su peso.

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