EL PLAGIO EN LA ANTIGÜEDAD
Los derechos de autor en la Antigua Roma no estaban contemplados
en ninguna ley, así que, si alguien se daba cuenta de que su obra había sido
plagiada no podían defenderse, aunque tampoco se preguntaron nunca como podían
hacerlo. Según los entendidos, eso era debido a la falta total de recursos
legales en esa época.
Marco Tulio Cicerón (filósofo, escritor, jurista y orador
romano) escribió a Tito Ponponio Ático (escritor, historiador y editor romano):
-“¿Te propones publicar mi obra contra mi voluntad? Ni siquiera Hermodoro de
Efeso (filósofo griego, discípulo de Platón)) se atrevió a hacer cosa semejante”.
Con esa última frase, Cicerón, se refiere a que Hermodoro negoció con la obra de Platón y mereció en la Antigüedad
ser calificado por eso como un infame.
Con eso se deduce que la preocupación de Cicerón no era el
derecho a la propiedad, para él y para el resto, lo deshonesto del plagio era
un problema de ética.
Marco Valerio Marcial (poeta romano) se quejaba de que los “piratas”
robaban su obra y de que su famoso nombre servía de cebo para cubrir obras
indignas.
Marco Fabio Quintiliano (retórico y pedagogo hispano-romano)
se quejaba de que los estudiantes copiaban sus conferencias y las publicaban. Para
evitarlo, él mismo las publicó. En el prólogo, dice: “Creo que los jóvenes lo
hicieron como prueba de su estimación para mí”.
San Jerónimo le decía a un amigo en una carta que le envió: “En
cuanto escribía algo, amigos y enemigos se apresuraban a publicarlo”.
Galeno de Pérgamo (médico y filósofo griego) tuvo muy malas
experiencias con los plagiadores. Como precaución, hacía un tiempo había dejado
de comunica el resultado de sus exámenes de pacientes. Sus notas eran copiadas
inmediatamente y publicadas con nombres falsos. Así que ordenó y juntó estas notas y las publicó, de esta
manera las falsificaciones quedaron desautorizadas.
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