LA CITA ENTRE DOS AMANTES SEGÚN MADAME D'AULNOY
Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, baronesa d’Aulnoy (1651-1705) fue una escritora francesa, además de ser conocida por sus cuentos de hadas, también lo es por su relato del viaje que realizó por España, escrito en 1679. En esta ocasión nos describe la cita entre dos amantes:
“En las habitaciones donde las damas se reúnen, jamás entran los caballeros. Ni a un marido celoso que pretendiera romper esta costumbre para cerciorarse de que su mujer no le había engañado se le darían satisfacciones ni facilidades para que por sus propios ojos llegase pronto a convencerse; los criados que guardaran la puerta, no se tomarían la molestia de contestare si su señora estaba o no estaba allí.
Estas finas invenciones proporcionan a las damas libertades que no desaprovechan, porque no hay una sola casa de regular aspecto que carezca de un postigo trasero por donde pueden salir encubiertas sin ser conocidas. Añadid a esto que un hermano soltero viva con su hermana, un hijo mayor con su madre, un sobrino ya hombre con su tía y un tío con su sobrina, y notad cuantos medios se conciertan para favorecer amorosas entrevistas.
El amor es muy perspicaz y de sobra ingenioso, y no hay obstáculo que no venzan los amantes ni medio que no aprovechen cuando se trata de satisfacer sus pasiones. Algunas intrigas ocupan la existencia de un hombre sin que proporcionen la dicha extrema, bien que para lograrla no se haya perdido momento ni recurso aprovechables. El amor todo lo aprovecha; verse una sola vez y agradarse; no se necesita otra cosa para ocupar en lo sucesivo el pensamiento y convertir la más ligera complacencia en pasión inextinguible.
Una cosa me parece singular y hasta inconveniente cuando se trata de un reino católico, y es la tolerancia para con los hombres que públicamente sostienen y visitan a sus mancebas, excusando toda clase de tapujos y misterios; tanto más, cuando las leyes prohíben tales desacatos, pero los españoles desprecian las leyes y se entregan a sus gustos, patentizando su apasionada inclinación, y nadie les reprenda esa falta.
Los más viven amancebados con una mujer aun cuando a otra le unas laos matrimoniales; y con mucha frecuencia los hijos naturales se educan y viven con los legítimos, a ciencia y paciencia de una pobre mujer que sufre viendo tales cosas, y prudente calla. Es muy raro que los consortes riñan y más raro aún que se separen, como sucede con frecuencia en Francia. Entre las muchísimas personas que aquí he conocido, solo de una sé que viva separada de su marido: la Princesa de la Roca; y habita en un convento. Poco molestan a la justicia de los desarreglos domésticos.
Me parece verdaderamente extraordinario que una señora enamorada del caballero que le hace la corte, no sienta celos por la manceba. La mira como una segunda mujer, tan inferior a ella y destinada tal vez a tan bajos oficios, que no puede tomarla en consideración ni establecer comparaciones. De manera que suele tener un caballero: esposa, manceba y querida; esta última es generalmente persona de calidad, por ella ronda el enamorado toda la noche y por ella y por su amor arriesga mil veces la vida”.
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