LAS JOYAS DEL FARAÓN

A medida que iban haciéndole la autopsia a Tutankhamón, se fueron descubriendo multitud de objetos preciosos y de amuletos entre las vendas, rodeadas de una fina almohadilla de lino para que no pudieran penetrar en el cuerpo y evitar que lo deformaran.

En la cabeza debajo de las vendas se ocultaba la corona de Osiris (especie de almohadón en forma de aro), según dicen, su misión podría ser la de proteger la cara de Tutankhamón del peso de la máscara de oro. Sobre la base de la corona, un semicírculo unido a una base, una curiosidad es que este amuleto estaba hecho de hierro. Alrededor del cuello colgaban veinte más del mismo amuleto. Se cree que más que tener una misión mágica, tenían la función de contrapeso.

Las extremidades estaban llenas de pulseras, brazaletes y anillos, exactamente seis pulseras en el brazo derecho y siete en el izquierdo.

En el abdomen los ocho aros, los muslos y los brazos. Sobre el vientre, había un puñal con hoja de oro puro. En la cabeza al quitar una capa de vendas se descubrió un gorro de lino, en forma de bonete

También fue enterrado con los atributos de los dioses, debajo de las primeras vendas apareció un símbolo de Isis, dos de Osiris, y un cetro de feldespato verde. En la siguiente capa de vendas, tres colgantes de oro en forma de palmera y de serpiente, un Toth en feldespato, un Horus de lapislázuli, una cabeza de serpiente de coralina roja, un Anubis de feldespato y un cetro de papiro del mismo material. Debajo de la última capa de vendas había ocho amuletos; una serpiente alada con cabeza humana, una serpiente real, una doble serpiente real y cinco buitres.

Como todas las tumbas mortuorias egipcias la del faraón Tutankhamón tenía gran cantidad de flores. Una de ellas era el apio, con el que tejían las coronas. También flor de loto, de papiro y genciana.

A la entrada de la cámara mortuoria se encontró un ramillete pequeño de flores silvestres. Se cree que fue Anksenamón, la esposa viuda de quince años, la que lo depositó allí como prueba de amor.

LA AUTOPSIA A TUTANKHAMÓN