18 de junio de 2012

NUREDDUNA (LEYENDA BALEAR)


En Artá (Mallorca), concretamente en Ses Païsses y con las civilizaciones talayóticas como habitantes empieza esta leyenda. Bajo las enormes ramas de una encina, el último clan talayótico, se disponía a celebrar un sacrificio a sus dioses. Vestidos con pieles y adornados con plumas, los guerreros bailaban alrededor del árbol sagrado.

Nueve prisioneros griegos, que habían venido en son de paz en un barco, esperaban a ser sacrificados uno a uno en el altar del talayot, en un desesperado intento por parte del clan de tranquilizar a los dioses por haber permitido el final de aquella raza, dominadas por pueblos de otros países.

Junto al anciano jefe del clan, Nureddunna,la sacerdotisa sagrada, asistía impasible a los preparativos del sacrificio. De repente entre los canticos de los guerreros se escucha una extraña melodía. El más joven de los prisioneros tocaba una lira y cantaba, a pesar de estar atado.

Aquella música hizo que el rostro de Nuredduna se alegrase, a una señal suya terminaron las invocaciones y los gritos de los guerreros. Sólo la voz de Melesigeni (más tarde conocido como Homero) y su lira se oían.

Nuredduna dirigiéndose a lo más alto del talayot, hizo señales de que iba a hablar con su pueblo. Sus palabras fueron que no debían matar al muchacho, ya que los dioses lo querían para ellos, y mandaban entregarlo vivo en el altar de la Gran Caverna.

Los ocho griegos fueron sacrificados, ante los ojos de Melesigeni, que no entendía nada. De pronto se vio envuelto en romero y conducido a través del bosque a la Gran Caverna. Al llegar a ella, el joven, muerto de miedo por el paisaje lúgubre y húmedo de aquella cueva, y los cánticos de los guerreros que lo acompañaban. Nuredduna esperaba ya en el altar de piedra. Impasible contempló como ataban al joven sobre el altar, poniendo su lira sobre su pecho. Melesigeni se desmayó.

Cuando despertó, muerto de frío, solo estaba con él Nuredduna que le sonreía. No hablaban el mismo idioma, así que no se entendían, sólo asentían con la cabeza las palabras del otro. Sin dejar de sonreír lo desató.

Salieron fuera y fue allí donde Melesigeni entendió todo. Una balsa esperaba cerca, así que era fácil cogerla y llegar a la nave griega. Arrodillado besó la orla de la túnica de ella y se fue buscando su salvación. Se dio cuenta entonces que se había dejado la lira en la cueva.

Nuredduna desde lo alto de la roca donde se despedía del joven, oyó los gritos del clan. La primera pedrada le dio en la frente. Su traición le costó el exterminio y el olvido. Herida de muerte, Nuredduna se refugió en la Cueva Sagrada. Nadie la siguió.

Poco tiempo después, el ejército de Boken-Rau desembarcó en los dominios de la tribu. De nada sirvieron las piedras de los honderos contra las armas de hierro del ejército. El poblado ardió y el árbol sagrado se convirtió en una antorcha. Era el final de una raza.

Todo el poblado se encaminaron a la cueva por última vez, y alrededor de una hoguera se lanzaron a las llamas. El anciano jefe en su última visión, vio a Nuredduna, sentada cerca de la Gran Divinidad, de su frente manaba la sangre que caía sobre la lira.

El fuego ardió hasta no dejar más que una mancha ennegrecida en la bóveda de las cuevas de Artá, que todavía hoy se puede ver.

El mito y la leyenda de Nuredduna fueron creados por Miquel costa i Llobera en su poema “La deixa del geni grec” (El legado del genio griego), en el año 1900.


Foto-nuredduna.net.

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