MINIATURAS EN LA EDAD MEDIA
El término miniatura no se refiere a su tamaño, procede de minium, un pigmento rojizo utilizado en este tipo de ilustración.
El soporte de estas pinturas es el libro en forma de códice (el conjunto de páginas planas cosidas en uno de sus lados). Aunque la forma del códice, el codex latino, ya se conocía en la Antigüedad, su uso no se extendió hasta la Edad Media.
Frente al papiro, el códice ofrecía muchas ventajas; se escribía por las dos caras, permitía localizar fácilmente pasajes determinados, se podía utilizar con una mano, y no se estropeaba tanto con su uso.
Los primeros fueron los destinados a los servicios religiosos (más tarde se llamaría misal), el libro de los Evangelios y el salterio o recopilación de salmos. En los siglos posteriores se ilustró la Biblia.
Estos libros eran realizados en los “scriptoria”, talleres donde trabajaban los copistas encargados de transcribir el texto, y los miniaturistas, más escasos y cotizados.
El lugar frecuente para realizar este trabajo eran los monasterios. Cada monasterio solía disponer de todo lo preciso para la elaboración de estos códices, desde los talleres para preparar las pieles y pigmentos hasta las salas de trabajo.
La creatividad de los artistas medievales hizo que la imagen no sólo fuera una explicación del texto, sino que se fundieran. Las letras, sobre todo las iniciales que marcaban el comienzo un nuevo capítulo (capitulares), se compusieron a través de formas animadas.
El apogeo de las ciudades en la baja Edad Media propició la aparición de un gremio de ilustradores que, bajo contrato, trabajaban para una nueva clase de aristócratas y ricos comerciantes.
La aparición de la imprenta y el grabado acabarían con esta actividad que durante diez siglos estuvo presente en el arte medieval.
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