LA RECLUSIÓN DE GALILEO

El 22 de junio de 1633 Galileo, fue condenado a cadena perpetua por publicar en 1632 su obra “Dialogo sobre las dos máximos sistemas del mundo”. Años atrás le habían prohibido cualquier defensa a las teorías copernicanas.

Se le permitió cumplir su condena bajo arresto domiciliario en su domicilio de Arcetri, cerca de Florencia, con la condición de que no recibiese a nadie para conversar o comer, ni recibir visitas sin una estricta vigilancia.

Este encierro fue un verdadero horror para Galileo a pesar de estar acompañado por algunos de sus discípulos, como Castelli, Pieri, Viviani.

Durante años suplicó su liberación, para poder vivir tranquilo los últimos años de su vida. Una de ellas, cuando volvía de visitar a su hija sor María Celeste en su lecho de muerte, el inquisidor le dijo que si volvía a pedir clemencia sería trasladado a la cárcel del Santo Oficio. También desde el extranjero, se hizo la misma petición al Papa Urbano VIII, pero éste no le hizo ni caso.

A pesar de su reclusión y de su pésimo estado de salud, todavía se vio con fuerzas para escribir las “Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias”, que demuestra la ley de caída de los cuerpos en el vacío.

En 1637, un lagrimeo constante, le hizo perder la visión del ojo derecho. El lagrimeo pasó al ojo izquierdo, y al cabo de un año, quedó ciego. Su salud empeoró y pidió trasladarse a Florencia, pues el médico estaba allí.

El inquisidor se presentó de improvisó con un médico de confianza, y enumeró al Papa todas las dolencias de Galileo, contándole que estaba más muerto que vivo, y aconsejando que una buena reprimenda era suficiente para mantenerlo en vereda.

No se le perdonó, pero le permitieron trasladarse a Florencia con la amenaza de excomunión si salía de ella. La vigilancia era tan estricta que hasta para ir a misa, en la iglesia de al lado, tenía que pedir permiso.

Murió el 8 de enero de 1642 cumpliendo su pena.