
Hace mucho tiempo en un pueblo marinero, vivía la viuda de un pescador. En el pueblo todo era miseria y los aldeanos no tenían ni alimentos que llevarse a la boca. Un día de pesca en la playa, la anciana, vio un hipocampo herido, cerca de ella se encontraban unas bellas doncellas que se reían del animal y que incluso le lanzaron piedras.
La anciana enfadada por tal crueldad y cogió el hipocampo, le curó las heridas le dio un poco de agua y puso su cabeza en su regazo.
Cuando el caballito de mar empezó a recuperarse le dijo a la anciana:
-Ha salvado mi vida, cambio le concederé tres deseos.
-¿Todo lo que quiera?
-Todo lo que desees, te doy mi palabra.
-Entonces quiero que hagas de mi pueblo un lugar próspero.
Tan pronto como lo dijo, el pueblo cambió, las casas estaban impecables, habían surgido huertas, los barcos de los pescadores estaban reparados y pintados, las chicas de la playa llevaban vestidos bordados…
-Mi segundo deseo, es hacer de los aldeanos gente buena y que todo el mundo se lleve bien.
Tan pronto lo pronunció, las chicas que se habían reído del hipocampo se apresuraron a ayudarlo, los aldeanos se abrazaban unos a otros por las calles…
-¿No quieres nada para ti? Preguntó el animal
-Sí, una cosa, la muerte.
-¿Por qué? Mira cómo ha cambiado todo, ahora la vida será muy buena en el pueblo.
-No para mí. Mi vida ha terminado. He sufrido demasiado tiempo y estoy muy vieja. Otras personas se beneficiaran, pero yo no tengo nada que hacer en el pueblo, dijo la viuda.
-No puedo matarla, dijo el hipocampo.
-Usted dio su palabra.
-Entonces usted debe venir conmigo a mi tierra, Mi príncipe le puede dar muerte.
Las chicas trataron de impedírselo, pero la anciana no quería escuchar, caminó hasta el borde del agua con el hipocampo. El sol del ocaso daba al mar un aspecto naranja sobre el mar que parecía un camino de oro hacía el horizonte. Al pisar el rayo de luz, la anciana y el hipocampo, en el mar surgió una amplia escalera de piedra que conducía al fondo del mar.
La anciana no miró hacia atrás y caminando por el fondo, se dio cuenta que podía respirar muy bien como lo hacía en tierra. Descendieron durante largo tiempo y finalmente llegaron a tierra bajo el mar. La anciana no había visto nunca tanta belleza, peces de colores nadando, sirenas, caballos blancos. Entraron en un palacio de perlas y brillantes, con un enorme trono de oro, donde estaba sentado el guapo príncipe de Atlantis, rodeado de su corte. El hipocampo le contó la historia y el príncipe sonrió y dijo:
-Es una historia maravillosa, pero ¿dónde está la anciana que salvó su vida y no quería nada para ella?
-Su alteza, yo soy la vieja, dijo la viuda, asombrada.
Todo el mundo se rió y el príncipe le entregó un espejo, lo que reflejaba era el rostro de su juventud, cuando era bella y tenía el rostro lleno de vida.
-Nadie envejece en Atlantis, dijo el príncipe, y nadie muere a menos que lo desee. Mira a tu alrededor y decide.
-Preferiría vivir Su Alteza, ya que me han dado la oportunidad de una nueva vida, pero no quiero volver a mi pueblo.
-Hace cientos de años que he estado buscando una esposa, es costumbre de la Casa Real escoger esposa del mundo por encima del mar, no creo que encuentre a nadie tan prudente, leal, abnegada y hermosa como usted, dijo el príncipe.
Y así fue.