5 de enero de 2021

MIS REYES MAGOS NO VENÍAN DE ORIENTE

 

Cuando todavía era una niña, empecé a darme cuenta que la vida no es tan maravillosa y tan mágica como yo pensaba.

A los 7 años, recibí el mayor golpe que puede recibir una niña a esa edad, me enteré que los Reyes Magos no eran tan magos como yo pensaba.

Como podía ser verdad, si el año anterior, con seis años, yo los vi con mis propios ojos desde el balcón de mi casa. Los tres entraban en el portal y los oí susurrar entre ellos, subir las escaleras hasta mi puerta para dejarme mi anhelada Nancy negra. Lo de oírlos no es del todo verdad, porque salí corriendo a mi habitación, me metí en la cama y me tapé (cabeza incluida). Me quedé quieta, con los ojos cerrados y con el corazón a punto de estallarme en el pecho. Me debí quedar dormida esperando que se marcharan. A la mañana siguiente, efectivamente, estaba esperándome mi Nancy con su armario lleno de vestidos.

Les conté a mis padres mi maravillosa visión y por supuesto intentaron convencerme de que había sido un sueño, que los Reyes Magos no se hacen visibles, que era imposible que un niño los viera…, y toda una lista interminable de argumentos para intentar convencerme, no lo consiguieron.

Mi pequeña mente se preguntaba, si realmente no podía verlos ¿por qué en la cabalgata los habíamos visto, primero bajar del barco real y luego en camello desfilando por las calles de Palma?

Al darme cuenta que no me creían y pensaban que era otra de mis muchas fantasías, dejé de hablar de ello, pero muy dentro de mí, estaba convencida de lo que había visto: Melchor, Gaspar y Baltasar, caminando (eso si era raro, pero encontré la respuesta, vivíamos en una calle estrecha y empedrada, así que, los camellos no podían pasar y los reyes los habían dejado en la calle de al lado), subiendo la escalera y entrando en casa.

Mi afán durante todo el año fue que llegase el 5 de enero del año siguiente para esta vez pillarlos in fraganti y poder demostrarle a mis incrédulos padres, no sabía muy bien de qué forma, que no lo había soñado.

Cuando faltaban tres días para mí “Gran Noche”, por pura casualidad, jugando al escondite en casa, me metí debajo de la cama de mis padres, y allí encontré un verdadero tesoro: JUGUETES.

Salí al salón, contentísima de mi gran hallazgo, sin caer en la cuenta de lo que ese descubrimiento cambiaría mi vida (por lo menos durante un tiempo). Me lo tuvieron que decir, pero tarde en asimilarlo: “NO PODÍA SER VERDAD”.

Como no me lo creía, la noche del 5 de enero, salí al balcón y por supuesto no vi a nadie. Al día siguiente, estaban los juguetes, los mismos juguetes que había visto debajo de la cama. Además, no habían bebido ni comido nada de los ricos manjares que les dejé. En ese momento, empecé a darme cuenta de que mis padres tenían razón. Esa fue la primera y mayor desilusión de mi corta vida.

Con el paso de los años, he aprendido que nunca se debe perder la magia, cuando era pequeña por los Reyes Magos o por otras muchas cosas que me hacían especial ilusión, ya de mayor, no he dejado de creer que a pesar de que cada persona es un mundo (ahí está la gracia) podemos aprender algo de cada una de ellas, aunque solo sea a sonreír.

 ©Ana

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