FELIPE III Y EL CALOR
Pierre Antoine de La Place, escritor y dramaturgo, cuenta en
su obra Piéces intéressantes, que a finales del año 1621, todavía hacía frío en
Madrid. Una tarde, el rey Felipe III (1578-1621) padecía una reciente erisipela
(enfermedad infecciosa bacteriana que afecta a la piel y al tejido subcutáneo,
se caracteriza por la aparición de placas rojizas) y descansaba al lado de una
chimenea para calentarse el cuerpo.
Cuando se le pasó el frío, el rey empezó a sudar desmesuradamente,
con la dificultad de que en su estado no podía levantarse a reducir el fuego de
la chimenea, ni siquiera tenía fuerza para salir de la habitación.
Para ello, necesitaba la ayuda de un sirviente o, según la
etiqueta cortesana, del duque de Uceda, solo de él. Pasado un tiempo, el rey
tuvo la suerte de que apareció el marqués de Tovar, que no pudo ayudarlo por el
rígido protocolo que le impedía atender la solicitud del monarca.
La pena es que el duque de Uceda no se encontraba en palacio
y no pudo ser localizado con la debida prontitud. Cuando al fin llegó y
solucionó el problema del exceso de calor, el rey, estaba empapado en sudor a
causa de la fiebre alta. Esa misma noche la erisipela acabó con su vida. Puede
que se hubiera salvado si el protocolo cortesano no hubiera sido tan estricto.
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