LOS ALBIGENSES

Los albigenses eran los miembros de una secta herética medieval. Al parecer estaban relacionados con los cátaros y defendían puntos de vista similares a los de los patarínos (secta neomaniquea del siglo XII) de Italia, los bogomilas (amigos de Dios) de Bulgaria y otras corrientes heréticas nacidas entre los eslavos de los Balcanes en el siglo XI.

Los albigenses defendían la doctrina maniquea de un doble principio creador, el bien y el mal, ambos eternos y en conflicto reciproco. La secta fue perseguida no tanto por su doctrina, sino por sus ataques al clero y a la ortodoxia secular.

Al identificar la materia con el mal y el espíritu con el bien practicaban un rígido misticismo y negaban el derecho al matrimonio a los miembros más austeros (más perfectos). Rechazaban el Antiguo Testamento y el sacramento del bautismo.

A finales del siglo XII era tan grande el número de adeptos que, en 1208, el Papa Inocencio III anuncio una cruzada contra la secta, contando con el apoyo del rey de Francia. Los albigenses encontraron protección en Raimundo, Conde de Tolosa, que fue el mayor defensor de su causa. La nobleza del norte de Francia, se levanto en armas contra los herejes, que murieron a millares en las repetidas persecuciones.

Al conocer Inocencio III las crueldades causadas a los albigenses, destituyó a su nuncio Milo por no haber sido capaz de parar a la nobleza.

Dispersados los albigenses después de años de enfrentamientos, la inquisición continuó con la labor de exterminio. Abandonados por los nobles del Mediodía francés, encontraron cada vez más dificultades para celebrar reuniones secretas y ganar nuevos adeptos. La herejía fue decayendo durante el siglo XIII para acabar desapareciendo en el siglo XIV.