PROCREACIÓN EN LA ANTIGUA ROMA
La fórmula jurídica del matrimonio romano definía éste con la única finalidad de la procreación. Las mujeres romanas estaban obligadas a engendrar tres o cuatro hijos; tres hijos para la nacida libre y cuatro para la manumisa, la esclava que habría alcanzado la libertad.
Augusto se tomó muy en serio el tema del matrimonio y la procreación. Las leyes agustinianas prohibieron que recibiesen legados los hombres no casados entre los 20 y los 60, así como las mujeres célibes, incluidas viudas y divorciadas entre los 18 y los 50 años. Hombres y mujeres debían estar casados y tener por lo menos el primer hijo a los 25 y 20 años, respectivamente. Las viudas debían volver a desposarse un año después de enviudar y las divorciadas a los seis meses.
Para cumplir con las leyes reproductoras, las parejas buscaban con ahínco, los tres niños de rigor, hasta el extremo de contabilizar los neonatos fallecidos, al tercer día del alumbramiento. Los padres estériles acudían desesperados a los santuarios, para rogar a los dioses que les concediesen un hijo. Por su parte, las mujeres, cuando los santos y las reliquias no surtían efecto, ingerían remedios contra la esterilidad tan peligrosos como los venenos abortivos.
En plena época cristiana la emperatriz Eusebia, esposa de Constancio II, murió a causa de una pócima fertilizante, curiosamente después de que provocase la muerte del hijo de Helena (esposa del futuro emperador Juliano), y de que hiciera ingerir su remedio mortal a la propia Helena.
Augusto se tomó muy en serio el tema del matrimonio y la procreación. Las leyes agustinianas prohibieron que recibiesen legados los hombres no casados entre los 20 y los 60, así como las mujeres célibes, incluidas viudas y divorciadas entre los 18 y los 50 años. Hombres y mujeres debían estar casados y tener por lo menos el primer hijo a los 25 y 20 años, respectivamente. Las viudas debían volver a desposarse un año después de enviudar y las divorciadas a los seis meses.
Para cumplir con las leyes reproductoras, las parejas buscaban con ahínco, los tres niños de rigor, hasta el extremo de contabilizar los neonatos fallecidos, al tercer día del alumbramiento. Los padres estériles acudían desesperados a los santuarios, para rogar a los dioses que les concediesen un hijo. Por su parte, las mujeres, cuando los santos y las reliquias no surtían efecto, ingerían remedios contra la esterilidad tan peligrosos como los venenos abortivos.
En plena época cristiana la emperatriz Eusebia, esposa de Constancio II, murió a causa de una pócima fertilizante, curiosamente después de que provocase la muerte del hijo de Helena (esposa del futuro emperador Juliano), y de que hiciera ingerir su remedio mortal a la propia Helena.
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