HISTORIA DEL TÉ
Según la tradición popular, la primera infusión de té fue fruto del azar. Sucedió hace casi 5.000 años, cuando algunas hojas de té silvestre, cayeron por accidente en la vasija donde el emperador chino Shen Nung estaba hirviendo agua.
Otros relatos sobre el origen del té los protagoniza Bodhidharma, fundador del budismo zen, se cuenta, que para no quedarse dormido mientras meditaba se cortó los párpados y los arrojó al suelo, de ellos brotaron las plantas de té, símbolo de la vigilancia eterna. Una segunda versión dice que pasaba tanto tiempo postrado con la frente sobre la tierra que sus cejas echaron raíces e hicieron germinar el arbusto.
No es casualidad que el protagonista fuese un budista, pues fueron estos monjes de la provincia china de Szechuan quienes comenzaron a cultivar plantas de Camellia sinensis en sus monasterios. Considerado al principio un brebaje medicinal, hacia el siglo V ya era en China una bebida popular que se tomaba por placer y para combatir la fatiga.
Su introducción en Japón se atribuya a un monje de principios del siglo IX, que de regreso a su país, se llevó semillas de té. El descubrimiento del té en la India tuvo lugar en 1820, al comprobar que existía una planta con cuyas hojas se elaboraba una deliciosa infusión.
A Europa llega en los primeros años del siglo XVII, transportado por mercaderes portugueses y holandeses, de principio no agradó mucho a los occidentales que siguieron prefiriendo el café. En Rusia, los zares alentaron el comercio con China a fin de que no faltara el té en sus palacios, y caravanas de cientos de camellos empleaban 16 meses en atravesar el desierto de Gobi, Mongolia y las estepas rusas, para traer el preciado té.
En Inglaterra fue la portuguesa Catalina de Braganza, esposa de Carlos II, quien introdujo la afición por el té. Chocó con la oposición de los fabricantes de cerveza y con el clero y eso obligó a las autoridades a imponer elevadas tasas sobre el té, pero a pesar de su alto coste o gracias a él, las clases altas siguieron consumiéndolo hasta convertirlo en uno de los ejes de la vida social inglesa. A lo largo del siglo XVIII, en Inglaterra se abrieron varios jardines de té, paradisiacos espacios de diversión, al aire libre, donde la gente disfrutaba del baile, la música, la buena comida y los tés más aromáticos.
Otros relatos sobre el origen del té los protagoniza Bodhidharma, fundador del budismo zen, se cuenta, que para no quedarse dormido mientras meditaba se cortó los párpados y los arrojó al suelo, de ellos brotaron las plantas de té, símbolo de la vigilancia eterna. Una segunda versión dice que pasaba tanto tiempo postrado con la frente sobre la tierra que sus cejas echaron raíces e hicieron germinar el arbusto.
No es casualidad que el protagonista fuese un budista, pues fueron estos monjes de la provincia china de Szechuan quienes comenzaron a cultivar plantas de Camellia sinensis en sus monasterios. Considerado al principio un brebaje medicinal, hacia el siglo V ya era en China una bebida popular que se tomaba por placer y para combatir la fatiga.
Su introducción en Japón se atribuya a un monje de principios del siglo IX, que de regreso a su país, se llevó semillas de té. El descubrimiento del té en la India tuvo lugar en 1820, al comprobar que existía una planta con cuyas hojas se elaboraba una deliciosa infusión.
A Europa llega en los primeros años del siglo XVII, transportado por mercaderes portugueses y holandeses, de principio no agradó mucho a los occidentales que siguieron prefiriendo el café. En Rusia, los zares alentaron el comercio con China a fin de que no faltara el té en sus palacios, y caravanas de cientos de camellos empleaban 16 meses en atravesar el desierto de Gobi, Mongolia y las estepas rusas, para traer el preciado té.
En Inglaterra fue la portuguesa Catalina de Braganza, esposa de Carlos II, quien introdujo la afición por el té. Chocó con la oposición de los fabricantes de cerveza y con el clero y eso obligó a las autoridades a imponer elevadas tasas sobre el té, pero a pesar de su alto coste o gracias a él, las clases altas siguieron consumiéndolo hasta convertirlo en uno de los ejes de la vida social inglesa. A lo largo del siglo XVIII, en Inglaterra se abrieron varios jardines de té, paradisiacos espacios de diversión, al aire libre, donde la gente disfrutaba del baile, la música, la buena comida y los tés más aromáticos.
3 comentarios :
Donde esté un buen café...
Por cierto que bien me hubiera pasado yo en la antigua Roma, mira que sabían cuidarse...
Un beso, feliz finde
Soy más cafetero que tetero, pero muy a menudo me tomo un te bien frío, sin pastas y a cualquier hora, no es necesario que sean las cinco. ¡que cursis!.
Besos cordiales
Merce y Ray yo no soy nada cafetera, no me gusta ni el aroma, en cambio, las infusiones me gustan todas. Un beso a ambos y buen fin de semana.
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